Sin tan siquiera pisar un juzgado, Íñigo Errejón carga ahora sobre sus hombros con todos los pecados propios de un violador, un agresor, un indecente y un cocainómano. No hay transgresión que no le pueda ser atribuida gratuitamente en estos momentos.
Errejón, cuya responsabilidad penal debe ser determinada única y exclusivamente por un juzgado, por mucho que su comportamiento pueda ser cuestionable, se ha convertido en el blanco sobre el que proyectar todos los fracasos que son, en realidad, responsabilidad de una generación política que ve ahora derrumbarse todos sus postulados.
Fracasa toda una generación política que quiso criarnos con la idea de que la realización plena pasaba por matar al padre, por rechazar lo heredado, por vivir situándose a un lado de ese muro que separa a los puros de los impuros.
Nos dijeron que no veníamos de nada que mereciera la pena rescatar y que no hay un bien al que dirigirse. Porque el concepto del bien es un constructo al servicio del heteropatriarcado con tintes de culpa judeocristiana, claro.
Y así generaron la desorientación en aquellos que compraron su doctrina y que aceptaron ser despojados de un suelo bajo sus pies y de un norte al que dirigirse.
Sin nada que a uno lo sostenga y sin nada a lo que aferrarse, al individuo sólo le queda una huida hacia delante que fue jaleada bajo las consignas de que tenemos derecho a materializar todo lo que deseamos, de que el que no piensa como tú ejerce la violencia y de que la ética tiene más que ver con la ideología política que con el tipo de ser humano que quieres ser.
El fracaso es, por tanto, de una generación política que institucionalizó el puritanismo y el dogma, y que consideró aceptable lo que ahora se vuelve en su contra. La exhibición pornográfica de la vida privada, los juicios paralelos, la sustitución del pensamiento crítico por un lenguaje pseudofilosófico y los linchamientos públicos.
El fracaso es de una generación que, en vez de estar a nuestro servicio y dedicarse a mejorar las calles, ampliar la vivienda, ayudar a las familias y mantener a los violadores en la cárcel, quiso sustituir la política por el adoctrinamiento y enseñarnos a ser hombres y mujeres de bien.
Hombres deconstruidos en cursos de género y mujeres empoderadas practicando sexo sadomasoquista.
Dios mío. Con lo fácil que habría sido abrir un par de colegios con los patios de colores y hacer que los trenes llegaran puntuales.
Pero no. Esta generación política tuvo el sueño de aprovechar su colonización de las instituciones para convertir la sociedad en un gran gulag. En un campo de reeducación masivo que no ha funcionado siquiera con uno de sus propios líderes. Tampoco con el aliado de los aliados ni con su apóstol más convencido.
El mayor daño se lo han hecho a su congregación, que aceptó esta doctrina como la brújula de su vida.
La misma grey que, en medio de este drama, se apresura a decir que ojito con juzgar prácticas sexuales imaginativas y creativas.
La misma que reivindica que la solución a esto son más cursos contra el machismo, más denuncias anónimas fuera de las comisarías, más pornografía emocional.
Supongo que la sospecha de que la caída de Errejón es algo más que el hundimiento de una personalidad política, y que tiene algo que ver con un planteamiento de vida fallido, debe dar miedo.
Un planteamiento, además, que aceptó sustituir la experiencia de la humanidad (con su fragilidad y sus limitaciones) por la ideología (que es pura y que siempre funciona sobre el papel), cuando lo único cierto es que la primera es concreta y universal, y la segunda es abstracta y divide.
Así que el verdadero fracaso no es el de Errejón, porque hombres y mujeres con comportamientos reprobables los ha habido toda la vida. Afortunadamente, justicia penal que determine cuando esos comportamientos son constitutivos de delito, también.
El verdadero fracaso es el de esos políticos que, ciegos ante su responsabilidad, se retiran ahora sin complejos del campo de batalla, y que lo único que buscan es una hoguera más grande en la que quemar al que hasta ayer consideraban uno de los suyos.