Nunca me había sucedido algo así.
La historia ocurre en Estados Unidos.
Comienza hace unos días, cuando Wicked Son, el editor de la traducción anglosajona de La soledad de Israel, reserva un espacio publicitario en Shelf Awareness, una especie de Livres Hebdo dirigido a libreros y bibliotecarios.
El anuncio se aprueba, su publicación se programa.
Y luego, el director de la publicación cambia de opinión y avisa de que renuncia a la inserción.
¿Por qué?
Porque el libro se llama Israel Alone.
Y porque, según Free Press, el diario digital dirigido por Bari Weiss desde Los Ángeles, que hizo pública la situación, el editor de Shelf Awareness consideró que tal anuncio iba a provocar, entre sus "socios", un "malestar" que ni "querían" ni "pedían"; temió por los "libreros" que, al ver el anuncio en sus bandejas de entrada, protestaran diciendo que "no estaban de acuerdo con eso"; y pensó en los pobres "consumidores" que se sentirían "agredidos" y a los que tenía el deber de "proteger".
La historia es asombrosa.
Pero estos son, precisamente, los hechos.
El simple título Israel Alone fue considerado ofensivo por el principal órgano de la industria del libro en Estados Unidos. Y el anuncio no apareció.
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Se podría considerar el incidente como menor.
Y probablemente no afectará mi vida en este país que amo y que ha publicado la mayoría de mis libros durante los últimos cuarenta años.
Pero la misma clase de incidente le ocurrió a Elisa Albert, una joven autora cuya participación en el Festival del Libro de Albany fue cancelada porque dos de los participantes se negaron a compartir escenario con "una sionista".
Le ocurrió a Joshua Leifer, otro joven autor que, a diferencia de ella, ni apoyaba a Israel ni era sionista: sólo era judío. Había escrito un libro de análisis sobre las fracturas dentro de la comunidad judía estadounidense, y debía presentarlo en una librería de Brooklyn, que canceló el evento argumentando que se había planeado un debate (contradictorio) con el rabino local.
Y la realidad es que parece cada vez más difícil, en la prensa, la edición y en instituciones como el PEN Club, estar relacionado, de cerca o de lejos, con el significado judío sin ser escrutado, acosado y, al final, cancelado, con, cada vez, la misma retahíla de excusas lamentables y avergonzadas de parte de los censores: lamentamos… situación fuera de control… decisión desafortunada pero inevitable…
Estados Unidos es el país de la Primera Enmienda.
Pero también era el país del que los Padres Fundadores querían hacer una nueva Jerusalén. Era otra patria posible para todos los judíos amenazados de persecución en el mundo. Y fue su ejército el que, hace ochenta años, liberó al mundo del nazismo. El simple nombre de Israel, en la portada del libro de un filósofo, se percibe ahora como una ofensa, y ese nombre, el de Israel, se está volviendo impronunciable allí.
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Este estado de cosas no está, evidentemente, desconectado de la ola de apoyo a Hamás que arrasa desde el 7 de octubre.
Y esa ola está, a su vez, alimentada por el viento de odio antisemita que sopla en esos lugares donde se forman las mentes, que son, en principio, los campus, y donde parece haberse instalado un nuevo artículo de fe: todas las minorías deben ser protegidas, salvo una, la minoría judía.
Por eso he decidido responder yendo, desde ahora, antes y después de las elecciones presidenciales, a la fuente de esta derrota intelectual y moral.
Hace veinte años recorrí Estados Unidos, de este a oeste, siguiendo las huellas de Alexis de Tocqueville en su investigación sobre la democracia estadounidense.
Pues bien, ser fiel a Tocqueville y seguir teniendo, como yo, fe en esa democracia estadounidense significa rehacer el mismo viaje pero pasando, esta vez, por los lugares de excelencia en peligro que quedan en las universidades de la Ivy League, del Medio Oeste y de California.
Allí defenderé la causa de Israel.
Allí abogaré por el Israel liberal que sobrevive a todas las pruebas.
El Israel igualitario donde nadie, ni el primer ministro ni el presidente, puede escapar a la ley.
El Israel donde cualquiera se manifiesta en plena guerra contra la guerra.
El Israel multiconfesional donde uno de cada cinco habitantes es musulmán y goza, por supuesto, de todos los derechos ciudadanos.
El Israel que cuenta, en la Kneset, con tres partidos árabes, a menudo antisionistas, pero en posición de hacer y deshacer las mayorías.
En fin, defenderé que ese Israel que tendría mucho que enseñarnos en cuanto a integración de minorías merece ser, no abucheado, sino celebrado por los estudiantes progresistas de buena voluntad.
Campus Tour.
A seguir.