Hay una izquierda defraudada y desilusionada que busca refugio en una derecha en la que tampoco termina de encontrar su acomodo.

Este fenómeno insólito es el que explica el difícil encaje que tienen los partidos de derecha actuales en esquemas clásicos como "derecha", "centro derecha" o "extrema derecha". Hay una pieza que no termina de encajar en el puzzle.

Y esa pieza es el resultado de la mutación del tipo de izquierdas que abraza a la nueva derecha.

Marine Le Pen y Santiago Abascal.

Marine Le Pen y Santiago Abascal. Twitter Twitter

Esto encuentra su explicación en cierto modo en el fracaso histórico de la izquierda. Tras la caída del Muro la izquierda global quedó absolutamente deslegitimada y perdió el aura de prestigio que le había dado ser una de las vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. El prestigio moral que le confirió haber derrotado al nazismo fue tan grande que permitió excusar las enormes contradicciones del comunismo durante décadas. Hitler fue la coartada exculpatoria de Stalin.

Pero la caída de la Unión Soviética y el fracaso de la filosofía de la historia marxista fueron un golpe demasiado fuerte del que las izquierdas todavía no se han repuesto.

Las ideologías blandas con las que han intentado refundarse se han mostrado irrelevantes. Lo woke, el "género" o el ecologismo no son ideas fuerza suficientemente activas como para oponerse a las ideas de una derecha liberal o conservadora.

El "género" pierde contra el mercado como el papel contra la tijera.

Por tanto, según una lectura puramente histórica, es claro que la derecha ha sido la clara vencedora de la encarnizada lucha que se libró en el siglo pasado, y que se definió en la antítesis entre comunismo o capitalismo.

Y entonces, ¿qué es lo que explica el malestar de una parte de nuestra generación de derechas?

Le pasa algo paradójico, y es que son de izquierdas y no lo saben.

De esto he terminado de caer en la cuenta leyendo el último libro de Cristian Campos, Me gusta la fruta, sobre Isabel Díaz Ayuso. Es una crónica sobre los últimos cinco años de una parte de la política española que da mucho que pensar.

En un momento dado dice de pasada algo que, sin embargo, me dejó pensando. Afirmaba que los líderes de Ciudadanos tardaron demasiado tiempo en darse cuenta de que sus votantes eran de derechas. Lo dice alguien que conocía bien al partido y a sus votantes, y eso hace la afirmación más valiosa si cabe.

Si esto es así, y los responsables de Ciudadanos tardaron demasiado en caer en la cuenta de cómo eran sus votantes, ¿por qué sería? ¿Es que Ciudadanos era un producto de la izquierda liberal comprado por el votante de centro derecha?

¿O es que había un votante de izquierdas desencantado con la izquierda, pero no tanto como para decirse de derechas?

Puede que las dos respuestas sean afirmativas, pero creo que lo significativo es lo segundo. Hay un tipo sociológico de izquierdas más definido por su desencanto con la pérdida de valores de la izquierda tradicional que por su admiración hacia la derecha liberal triunfante en los noventa.

Hay en él más peso en la frustración por la pérdida de un relato salvador, de la épica mistificadora y del calor comunitario típicamente comunista que una conversión hacia los valores liberales de la tolerancia, las instituciones y el Estado de derecho.

Ese apátrida de izquierdas, sin comunidad y sin siglas, conoce muy bien el fracaso de la ideología que una vez fue su religión, pero no ha perdido su fe, sólo busca otra iglesia. Y cuando cambia de bando, y se sienta en los bancos de la derecha liberal, no encuentra nada parecido a lo que añoraba, porque la derecha no es la otra cara de la izquierda, y lo liberal no es lo contrario al comunismo. Son simplemente cosas distintas que no entran en la dialéctica hegeliana con la que lo entienden todo.

Es la razón por la que ese resentido contra la izquierda, sin partido, sin religión y sin siglas, no sólo se revuelve contra cualquier cosa de izquierda y se muestra indispuesto a tender puentes con ella, sino que exige a la derecha a la que se acaba de arrimar que le ofrezca los valores, la fe, la épica y el santoral laico que le ofrecía la izquierda de ayer.

Por eso se abraza a los valores fuertes del nacionalismo, la dictadura, el heroicismo, el comunitarismo, y una religión rigorista y formalista.

¿Cuál es el problema? Que al aterrizar en una derecha que tampoco se encuentra muy convencida del valor de lo que defiende, recibe una acogida calurosa y ve como su belicismo pronto encuentra premio en puestos relevantes en partidos, think tanks, medios de comunicación, editoriales o en el seno mismo de la Iglesia católica.

Y esto es un problema, porque este tipo humano resentido entiende la derecha como un instrumento para acabar con la izquierda, pero no entiende que, como decía Marañón, para el liberalismo ningún fin justifica los medios, sino que son precisamente los medios los que justifican el fin.

Para ellos, al contrario, el único fin es acabar con la izquierda que les ha traicionado, y todo lo demás es instrumentalizado para aniquilar el objeto de su resentimiento.

La nueva política, la que se nos está viniendo encima, corre el riesgo de ser liderada por una derecha configurada a la medida de una izquierda resentida.

No se me ocurre peor combinación.