El paso fugaz de Obama por España, un auténtico visto y no visto, ha convertido su esperada visita en una gran decepción. Si viviera Berlanga habría visto en este acontecimiento una profecía autocumplida de su Bienvenido Mr. Marshall. Es cierto que el viaje quedó condicionado desde el primer momento por los crímenes de Dallas, pero después de esperar durante años la llegada del presidente norteamericano cabía esperar un poco más de dedicación por su parte.
Resulta llamativo que, al final, Obama haya venido a España para destinar mucho más tiempo al personal de su embajada y a las tropas estadounidenses de Rota que a la agenda política propiamente nacional. Nadie cuestiona que los recientes acontecimientos de Texas y la alarma por las tensiones raciales le obliguen a acortar su programa. Lo sorprendente es que haya recortado exclusivamente los actos con nuestras autoridades y la sociedad civil española.
Entrevistas exprés
Obama, que suspendió el almuerzo con Felipe VI de este lunes en el Palacio Real, bien podría haberlo adelantado al domingo, pero en lugar de ello prefirió mantener su comida con los funcionarios de la embajada. Del mismo modo, convirtió las audiencias con los políticos españoles en entrevistas exprés, cuando hubiera podido sacrificar parte del tiempo dedicado a los marines. Y suspendió el encuentro con jóvenes emprendedores en los Teatros del Canal, en lo que iba a ser su único acto con representantes de la sociedad civil. La realidad es que en poco más de dos horas y media, el presidente estadounidense despachó sus compromisos propiamente españoles.
Aunque Obama no se cansó de insistir en la importancia de España para Estados Unidos y en la necesidad de mantener e intensificar las relaciones de ambos países, los hechos contradicen sus palabras. Lo que refleja su actitud es, precisamente, la evidente pérdida de peso de España para Washington.
Triunfo del embajador
No es exagerado afirmar por ello que el gran protagonista de la efímera visita de Obama ha sido el embajador de Estados Unidos en España, James Costos, amigo personal del presidente. Fue su anfitrión el sábado por la noche y compartieron el almuerzo del domingo en un hotel madrileño. Se trata de un revés para la diplomacia española, que ha tratado de poner al mal tiempo buena cara.
Aunque fue el propio Obama quien dijo ante Rajoy que no tendrían que volver a pasar quince años sin que el presidente de Estados Unidos viaje a España, lo cierto es que su visita ha resultado tan insustancial y frustrante que no ha dejado muchas ganas de repetir. Desde luego, su brevísima estancia no pasará a la historia como modelo de lo que deben ser este tipo de visitas.