Han pasado once días desde que el rey designó formalmente al líder del PP candidato a la investidura como presidente del Gobierno. Once días en los que el elegido y su partido han sembrado la duda de si se celebrará la pertinente sesión parlamentaria, aun cuando así lo fija la Constitución. Y once días sin que la presidenta del Congreso se haya reunido con el candidato para concretar un calendario ni haya querido tampoco avanzar una fecha límite.
Podría alegarse en descargo de Ana Pastor que en la breve legislatura pasada Patxi López se reunió con el candidato Pedro Sánchez trece días después de ser designado por Felipe VI, pero entonces no existía duda alguna en cuanto a que la sesión de investidura se celebraría en un tiempo razonable. Ahora, en cambio, sólo hay incertidumbre.
Correa de transmisión
A estas alturas cabe ya reprochar a Pastor que esté actuando como correa de transmisión de su partido y no como presidenta de la Cámara donde reside la soberanía nacional. En una monarquía parlamentaria, por definición, el presidente del Congreso debería actuar con independencia e imparcialidad, defendiendo los intereses de todos y no sólo de una parte.
Rajoy está jugando con fuego porque al sembrar la duda de si acudirá a la investidura está poniendo en entredicho la Constitución y colocando en una situación muy incómoda al monarca. Felipe VI es, de hecho, quien más desgaste está sufriendo, pues con su ninguneo se transmite la idea de que carece de autoridad. Así lo subrayaba este domingo el periodista Jaime Peñafiel en EL ESPAÑOL, en una entrevista en la que decía añorar a Juan Carlos por situaciones como la del actual bloqueo institucional. Dado que el rey hizo un encargo solemne, eso debería tener el efecto correspondiente.
Tiempo y presiones
Observamos, sin embargo, cómo Rajoy se muestra huidizo y gana un tiempo no tasado que aprovecha para ejercer presiones de toda índole sobre Ciudadanos y el PSOE, con la ventaja que le concede el tener a su disposición los resortes del poder. Confía en que al final reunirá los votos que necesita por miedo o por cansancio de los rivales.
Mientras la Cámara y los ciudadanos esperan al candidato, éste, como en el mejor teatro del absurdo, no acaba de llegar nunca. Aunque Rajoy no es Godot, Ana Pastor sí actúa como Vladimiro y Estragón. Cuando en la escena final, Estragón le plantea a su compañero la posibilidad de no esperar más a Godot ("- ¿Y si lo dejáramos plantado?"), Vladimiro responde rotundo: "- Nos castigaría". El desenlace de la candidatura de Rajoy está por escribirse, pero no hay que descartar la tragicomedia.