La sorpresiva muerte de Rita Barberá en un hotel de Madrid ha sacudido la vida política española y ha removido también los cimientos emocionales del PP. La popularidad de la exalcaldesa de Valencia y las circunstancias que han rodeado el deceso permiten comprender ambas consecuencias.
Es lógico que el fallecimiento por infarto de una figura política de la talla de la senadora, apenas dos días después de que declarase ante el Supremo, haya causado una honda impresión general: más aún cuando su muerte parece el desenlace de un ocaso político y personal con hitos tan reconocibles como su derrota electoral en 2015, su imputación en la supuesta trama de pitufeo del PP valenciano, y el progresivo repudio al que le sometió su partido.
Las reacciones
Con todo, en las reacciones que se han producido en el PP hay signos evidentes de tratar de endosar a otros su mala conciencia. Posada, Villalobos y Hernando -entre otros- han atribuido el infarto de su excompañera de filas a una cacería política y mediática. Y el ministro de Justicia, Rafael Catalá, ha alentado esta tesis al asegurar que se le han atribuido "barbaridades sin prueba".
Sin embargo, el expresidente Aznar y la familia de la difunta han reprochado al PP que la tantas veces antes aplaudida como "alcaldesa de España" haya muerto en el ostracismo. Otro indicio de que en estas reacciones subyace un claro sentimiento de culpa es el alud de críticas que, desde filas populares, ha caído sobre Maroto, Casado, Maíllo y Levy; los dirigentes que más empeño pusieron en que Rajoy la dejase caer.
Las causas
Resultaría poco edificante que la muerte de Rita Barberá abocase al PP a una caza de brujas, ora contra los medios, ora contra los jueces, ora contra sus jóvenes promesas, en lugar de a una sosegada reflexión sobre los problemas que ha tenido, tiene y -de seguir Rajoy al frente- tendrá para gestionar tanto la jubilación honorable de sus referentes como sus problemas con los casos de corrupción.
Toda ansia de coherencia en ambos frentes está condenada al fracaso de antemano porque quien decide es el mismo presidente que, pese a haber cobrado sobresueldos procedentes de la caja B del PP, flota como un corcho en la cúspide del partido.
Juguete roto
Resulta insensato aventurar las causas del infarto mortal de Rita Barberá como criticar a los jueces por iniciar procesos y a los periodistas por hacer su trabajo con la presión que éste puede implicar sobre personalidades públicas. Es verdad que la Justicia tenía motivos para investigar a la senadora, que Barberá ha sufrido presión mediática y que había motivos para apartarla del PP. Pero también es razonable pensar que una política veterana como Barberá llevase mucho peor que el acoso mediático, el haberse convertido en otro juguete roto de Rajoy.