No cabe duda de que Donald Trump inaugura una nueva etapa en Estados Unidos y, de rebote, en el mundo. Basta comparar su discurso de investidura con los de sus antecesores -no sólo con Obama- para hacerse una idea meridiana.
Tanto en el fondo como en la forma, las palabras de Trump dejan una gran sensación de vacío, decepción y disgusto. Incluso el escenario, la Explanada Nacional de Washington, presentaba una entrada mucho más pobre y mucho menos entusiasta que en anteriores ocasiones.
"Que os den"
Quizás el resumen más gráfico del discurso de investidura lo dejó escrito en Twitter el historiador Simon Schama: "El mensaje de Estados Unidos al resto del mundo es: que os den". Y eso y no otra cosa es lo que se desprende de las proclamas de Trump en pro de una autarquía trasnochada del tipo "compra americano, contrata americano", "recuperaremos nuestros puestos de trabajo, nuestras fronteras, nuestra riqueza" o "Estados Unidos primero".
Ni siquiera fue elegante con las autoridades -entre las que se encontraban los ex presidentes Obama, Bush y Clinton- al aludir despectivamente al "establishment" que, según dijo, ha gobernado el país durante décadas sin tener en cuenta a la gente, que definió como "los olvidados", unos olvidados que él asegura que va a rescatar.
Falta de grandeza
Su planteamiento adanista, con un punto antipático y hostil rayando en lo maleducado, su falta de grandeza y la grisura general de la intervención, confirman los peores pronósticos en cuanto a qué cabe esperar de su mandato.
En realidad, no hizo un discurso, sino un mitin político en clave nacionalista, como si la investidura fuera un acto más de su reciente campaña. Se diría que Trump inaugura una era donde priman el rancio chauvinismo, el patrioterismo y la xenofobia. Un cóctel explosivo que marcará su política exterior y que puede cambiar el rumbo del planeta. Las siglas de EE.UU. podrían traducirse con Trump por Egoístas Unidos.