Recién instalado en la Casa Blanca, Donald Trump ha dejado bien claro que el peso de la responsabilidad no refrenará su estilo pendenciero. Por eso, sus primeras decisiones y pronunciamientos han sido para desmantelar por decreto el legado de Obama en materia sanitaria y de lucha contra el cambio climático, dar carpetazo al acuerdo comercial entre EE.UU., Canadá y México (NAFTA) y menospreciar los derechos humanos defendiendo la tortura en los interrogatorios con la excusa de la seguridad.
La campaña de hostigamiento que ha emprendido contra el presidente mexicano merece una mención especial porque confirma que el matonismo se ha asentado en el Despacho Oval. Las provocaciones han desembocado en una crisis diplomática sin parangón desde hace un siglo y Peña Nieto ha suspendido su viaje a Washington -previsto para el martes- después de que Trump le pidiera, a través de Twitter, que no fuera a verle si no piensa correr con los gastos de su proyecto de muro fronterizo.
Premeditación de humillar
Podría aducirse que el 45º presidente de EE.UU. fue congruente con su programa cuando el miércoles ordenó impulsar este disparatado proyecto. Pero sólo la premeditación de humillar a Peña Nieto explica el modo en que Trump ha defendido su política migratoria. Trump anunció la orden ejecutiva de construcción del muro y la de creación de una oficina para delitos cometidos por inmigrantes haciéndose acompañar de familias víctimas de delincuentes ilegales. Ha dicho que podría expropiar las remesas que los inmigrantes envían a sus familias para sufragar el dichoso muro. Y ha incluido como deportables a los extranjeros acusados de un delito sin necesidad de sentencia condenatoria previa. Además, ha anunciado que gravará con un 20% las importaciones desde México para pagar su proyecto, lo que acabará perjudicando también a los ciudadanos de su país.
La criminalización de los mexicanos, lógicamente, ha disparado las presiones sobre Peña Nieto para que cancelara su visita a la Casa Blanca. Con todo, el presidente mexicano mantuvo hasta el límite de lo razonable la determinación de entrevistarse con Trumpo para tratar de preservar el NAFTA. No se trata de comparar a Trump con Hitler, pero su desprecio intencionado en las relaciones diplomáticas tiene un precedente en el practicado por el Fürher en los años 30.
Obtuso proteccionismo
La comunidad internacional no puede permanecer indiferente frente al estilo que tiene Trump a la hora de resolver sus diferencias con los vecinos. Sin embargo, Canadá ya ha sugerido que el final del NAFTA no implica el restablecimiento de relaciones comerciales bilaterales y la premier británica Theresa May, que este viernes se entrevistará con Trump, está encantada con la posibilidad de estrechar relaciones atlánticas mientras persevera en la ruptura con Europa.
El mundo de los negocios no es menos miope y se aferra a la evolución de las Bolsas para enrocarse en un absurdo optimismo respecto de las consecuencias de las decisiones de Trump sobre la marcha de la economía mundial. Sin embargo, no cabe duda de que su apuesta por un obtuso proteccionismo tendrá consecuencias. En una semana el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha demostrado que no sólo es un bravucón consecuente con sus bajos instintos, sino que no está a la altura del cargo que ocupa. Su acoso a los mexicanos y a Peña Nieto debería servir de advertencia a la comunidad internacional.