Theresa May ha cosechado justo lo opuesto a lo que creyó sembrar cuando decidió adelantar las elecciones de su país. "Es la única manera de asegurar la certidumbre y la estabilidad para los años venideros", dijo. Pues bien, el Reino Unido se sume hoy en la incertidumbre y la inestabilidad.
Hasta este viernes sabíamos que May era una política oportunista. Pasó de ser contraria al brexit a convertirse en su principal adalid, como pasó de negar una y otra vez la posibilidad de celebrar elecciones antes de 2020 a convocarlas con el viento de popa de la crisis del partido laborista. Todo ello después de relevar de carambola a David Cameron por la retirada de la carrera sucesoria de otros líderes con más renombre y carisma.
Pésima líder, torpe estratega
En apenas dos meses, May ha dilapidado la ventaja de 20 puntos que le daban las encuestas y ha hecho que su partido perdiera la mayoría absoluta en Westminster, mostrándose como una pésima líder y una torpe estratega. Aunque logre formar gobierno, como es su propósito, ha quedado absolutamente desprestigiada, principalmente entre los suyos.
May embarcó al país en las elecciones para reafirmar su poder en el Partido Conservador. No por casualidad la campaña se centró obsesivamente en su figura. En cambio, ha conseguido el efecto contrario: consolidar a Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista. Corbyn ha incrementado en una treintena los escaños de su formación, que renace como fuerza a tener en cuenta.
Tras los pasos de Cameron
El principal argumento de la primera ministra para llamar a los británicos a las urnas fue el de tener autoridad para negociar un brexit duro con la UE. Su pírrica victoria la debilita y deja un Parlamento difícil de gobernar. No es extraño, pues, que se alcen voces de dimisión contra ella en sus propias filas.
A May le ha salido el tiro por la culata y su incompetencia alarga la mala racha de los tories. Si Cameron pasará a la historia como el hombre que convocó y perdió el referéndum del brexit, ella quedará como la primera ministra que adelantó tres años unas elecciones para dilapidar su poder y revivir a la oposición.