Este martes por la tarde Carles Puigdemont comparecerá en el Parlament para dar cuenta del resultado del referéndum ilegal del 1-O y consumar su golpe sin que nadie sepa aún ni su alcance ni qué piensa hacer el Gobierno para neutralizarlo.
Que el mismo presidente autonómico que lleva meses amenazando con romper unilateralmente España esté en disposición de llevar a cabo su pronunciamiento constituye ya un fracaso tremendo del Estado y un triunfo evidente del secesionismo. De hecho, sean cuales sean las consecuencias que se deriven de la rebelión, el bloque separatista siempre podrá felicitarse por haber tenido a España en vilo hasta el último minuto.
A rebufo de los acontecimientos
El Gobierno ha pedido una y otra vez un acto de fe sobre su capacidad y firmeza a la hora de hacer frente a una crisis en la que ha ido a rebufo de los acontecimientos. Sin embargo, el día D y la hora H han llegado sin que nadie sepa qué va a pasar.
El panorama es tan sombrío que el número de empresas que han hecho y están dispuestas a hacer las maletas si Puigdemont sigue adelante con la independencia no para de crecer. Pero Rajoy sigue confiando en que las dudas que este éxodo generan en el secesionismo amilanen al presidente catalán y que la crisis se resuelva con una declaración de independencia en diferido que permita seguir aplazando el desenlace del conflicto.
El propio Rajoy dio por sentado el domingo en El País que habrá declaración de independencia y tan sólo se ha comprometido a que no tendrá consecuencias. Y la vicepresidenta ha dicho este lunes que la aplicación del artículo 155 de la Constitución -que permite suspender el autogobierno- “se ha estudiado muy poco”, pese a que lleva dos años dedicada personalmente a gestionar el desafío separatista.Tal y como hoy informamos en EL ESPAÑOL, el Gobierno contempla suspender el aforamiento de Puigdemont para que sea juzgado por la Audiencia Nacional en Madrid si finalmente opta por una Declaración Unilateral de Independencia pura y dura.
El secesionismo sale a la calle
La crisis sigue abierta y es lógico que el Ejecutivo contemple todos los escenarios. Pero es un error garrafal que el Estado se muestre condescendiente si el presidente de la Generalitat opta por una vía más retórica que efectiva. Y menos cuando no hay ningún signo de que esté dispuesto a dar marcha atrás en el último momento, como prueba el llamamiento de la Asamblea Nacional Catalana a salir a la calle para expresar su apuesta inequívoca por la ruptura unilateral.
Rajoy tiene el apoyo de Cs y el PSOE para solucionar la crisis y debería aprovechar este cierre de filas para zanjar el problema de manera definitiva. Sin embargo, al Gobierno le gustaría que Puigdemont buscase un burladero en el último momento para aplicar la versión más liviana posible del 155. Pero este conflicto ha llegado demasiado lejos como para pretender despacharlo con paños calientes.