La proliferación de incendios en Galicia -con más de 150 focos registrados en apenas 24 horas-, Asturias y León no es algo que quepa atribuir ni a la casualidad ni al infortunio. Si al daño irreparable al territorio añadimos la pérdida de vidas humanas -cuatro hasta ahora-, a la catástrofe se suma la tragedia. El fin de semana se han vivido escenas dramáticas en pueblos y ciudades, con las llamas llegando a las puertas de las viviendas y los ciudadanos aterrorizados.
El fuego no entiende de fronteras, como ha quedado de manifiesto en Portugal. Varios frentes incontrolados saltaron a España después de acabar con la vida de 36 personas. Y allí la historia se repite: hace sólo cuatro meses, un gran incendio causó la muerte de más de 60 personas.
Problema social
Que tras el fuego hay un problema social, particularmente en Galicia, donde la tasa de incendios forestales intencionados multiplica la media nacional, es una obviedad. "Luchamos contra lo imposible", ha dicho Núñez Feijóo, presidente de la Xunta, y tiene buena parte de razón: ni con todos los medios humanos y materiales podría lucharse con éxito contra un centenar de fuegos simultáneos y en las peores condiciones climatológicas.
En cualquier caso hay que aprender de las tragedias. Los trabajos de vigilancia y extinción deberían estar mejor organizados, con unos protocolos claros que no dependieran de los gobiernos de turno. No sólo la coordinación entre comunidades es básica, se ha visto que la colaboración entre países se hace imprescindible.
Agentes forestales, más meses
El clima ha cambiado y hay que revisar cuándo acaba el verano. De la misma forma que los turistas alargan sus vacaciones por las altas temperaturas, las Administraciones deben prolongar la presencia de los agentes forestales en el monte, al menos hasta la llegada de las lluvias. Eso permitiría un despliegue rápido en pocas horas.
Cabría, así mismo, endurecer las penas contra los pirómanos en el Código Penal, de manera que cale en la opinión pública que el "terrorismo incendiario" -como acertadamente se define ya este fenómeno- es una lacra que hay que combatir. Pero los ciudadanos, en general, deben asumir que el monte es de todos. La Galicia rural es un conjunto de pequeños núcleos donde la gente se conoce. No se explica la existencia de tantos fuegos sin una cierta permisividad o indiferencia social.
Hacer crítica política a costa de los incendios, como ahora pretenden algunos en su particular festival del cuanto peor, mejor, es intentar coger el rábano por las hojas. Estamos ante un problema complejo, agravado por la sequía y el cambio climático, que requiere unir esfuerzos en lugar de sembrar discordia.