Lo primero que hay que decir es que Mariano Rajoy no se va porque crea que ha llegado la hora de su relevo en la cúpula del Partido Popular. Rajoy se va porque una moción de censura le ha arrebatado el Gobierno de las manos. Se va porque una sentencia de la Audiencia Nacional pone en cuestión “su credibilidad”. Se va porque esa misma sentencia acredita una trama generalizada de corrupción en el seno del PP y también la existencia de una ‘caja B’ con la que la formación se dopaba en los procesos electorales además de pagar sobresueldos “a miembros relevantes del partido”, entre ellos al propio Rajoy. Por todo esto se va.
En su intervención de despedida, Mariano Rajoy ha restado legitimidad democrática al Gobierno de Pedro Sánchez, afirma que sienta un “precedente grave en la historia de la democracia” que gobierne quien ha perdido las elecciones y le acusa de estar a merced de los independentistas. Arremete también contra Ciudadanos: habla de la “ambición atropellada” de Albert Rivera y acusa a la formación naranja de haber obviado su responsabilidad en Cataluña tras haber ganado las pasadas elecciones autonómicas.
Prepotencia y autobombo
Sin embargo, no hace ascos a que en Cataluña haya tomado posesión “un gobierno autonómico compuesto por personas en disposición legal de cumplir con sus deberes”, sin caer en la cuenta de que fue Inés Arrimadas quien ganó los comicios y que los partidos independentistas se han unido para que, sin tan siquiera una moción de censura, no gobernara la lista más votada.
Además, le reprocha a Sánchez lo inquietante que resulta “la fragilidad política del nuevo Gobierno cuando la situación en Cataluña y, sobre todo en las calles de Cataluña, dista mucho de estar calmada”, como si ésta inestabilidad no tuviera nada que ver con él, responsable de la seguridad en todo el territorio español hasta la pasada semana.
Su discurso ha sido una fiel representación de su modo de entender el ejercicio del poder. La prepotencia y el autobombo ha presidido la mayor parte de su parlamento, en el que no ha habido hueco para la autocrítica. Se arroga el haber acabado con ETA, el haber gestionado la abdicación de Juan Carlos I a favor de su hijo, el haber detenido el Golpe de Estado en Cataluña, amen de ser el responsable de todas las bonanzas de la economía española. Además, pasa de puntillas por la corrupción, dice que la ha sufrido en lo personal y afirma que su partido ha sido quien más ha luchado por erradicarla.
¿Seguirá en el Parlamento?
Ya al final de su intervención, Mariano Rajoy ha vuelto a dar señales, una vez más, del egoísmo personal y político que siempre ha guiado sus pasos en este trabajo. Al señalar que se va por dos razones no le tembló la voz al priorizar una de ambas: “Es lo mejor para mi y para el Partido Popular”. Él primero y el Partido Popular, al que parece querer arrastrar en su caída a los infiernos, detrás. Ya se sabe, el burro siempre por delante.
Rajoy ha dejado dos interrogantes en su adiós: por un lado, no ha dicho si también abandonará su escaño en el Parlamento y, paralelamente, su blindaje contra posibles contratiempos judiciales en los numerosos pleitos que siguen abiertos contra el Partido Popular; y por el otro, no ha dirigido su dedo hacia ninguno de los candidatos que a buen seguro tienen aspiraciones de ocupar su puesto. Vamos, que ha dejado tirada a Soraya Sáenz de Santamaría frente a la candidatura de Feijóo y el poder territorial de María Dolores de Cospedal. Mariano Rajoy siempre fiel a sí mismo. Hasta el final.