Después de tres días intensos, los jefes de Estado de los Veintisiete han alcanzado un principio de acuerdo sobre el reparto de poder en la Unión para la nueva legislatura. Finalmente, el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana Ángela Merkel son los grandes triunfadores de un complejo reparto que ha tenido que consignar equilibrios geográficos, ideológicos y de género.
Así las cosas, Berlín consigue la presidencia de la Comisión Europea, un cargo que ostentará la actual titular de Defensa germana, Ursula von der Leyden. París, por su parte, logra situar a Christine Lagarde, directora gerente del FMI, al frente del todopoderoso Banco Central Europeo.
Prioridad
El perdedor en este nuevo reparto del poder en la UE es Pedro Sánchez, que si bien ha actuado como líder de los socialistas europeos, ha tenido que conformarse con un premio de consolación para los intereses de España: Josep Borrell será el jefe de la diplomacia europea. El cargo carece de verdadera influencia, ya que la política exterior de la Unión Europea viene dictada en la práctica por París y Berlín.
Baste recordar que la prioridad de Moncloa pasaba por alcanzar una vicepresidencia económica fuerte, con capacidad decisoria real y no un puesto meramente simbólico como el que desarrollará Borrell. La presidenta de los socialistas europeos, la española Iratxe García, fue taxativa este martes al hablar de un resultado "profundamente decepcionante".
Pulso político
Sánchez hizo de tripas corazón al felicitarse por el resultado. "España ha vuelto", llegó a decir. Sin embargo, en este nuevo tablero político ni España gana influencia en la órbita europea ni la labor del presidente español ha dado sus frutos para los socialistas europeos, que han visto frustrada su pretensión de colocar a Frans Timmermans al frente de la Comisión.
Al margen de lo acontecido, es urgente que tanto Europa como España recuperen el pulso político: las discrepancias puestas de manifiesto estos días son la prueba de que las aguas están más que revueltas y que la UE afronta una crisis de identidad. El peso específico de España en Europa pasa por encabezar su reconstrucción, y ésa debe ser ahora una de las tareas de Pedro Sánchez... si logra ser investido.