Greta Thunberg se ha visto obligada a abandonar -en un coche eléctrico y por "la masiva afluencia de manifestantes"- la Marcha por el Clima que este viernes ha recorrido las calles de Madrid. Este gesto supone el colofón de la visita del nuevo icono medioambiental a nuestro país. 

Después de cruzar el Atlántico en un velero y cruzar la Península en un tren y en loor de multitudes, Greta ha sido aclamada en Madrid como una suerte de mesías del Ecologismo, como la única salvadora del Planeta y casi que fundadora involuntaria de una secta

Fanatismo

El show mediático que se ha organizado en torno a la activista, con las masas intentando tocar y fotografiarse con la adolescente, nos deja unas estampas más propias de visitas papales, de romerías multitudinarias, que de una joven concienciada sobre la necesidad de proteger el Medio Ambiente. 

De hecho, Greta Thunberg, para desazón de los fanáticos, ha sido rotunda en la rueda de prensa que ha ofrecido en La Casa Encendida de Madrid: "No deberían escucharme a mí antes que a cualquier otra persona". 

Perversión

En realidad, que gran parte de la sociedad haya encumbrado a una joven como la única adalid para la solución del calentamiento global resulta preocupante. No tanto porque la propia Greta haya hecho gala de una madurez inopinada al considerarse una mera activista más, sino porque la lucha del ecologismo parece más abonada a símbolos que a ideas concretas.

Es verdad que las grandes causas de la Historia siempre han precisado de un líder capaz de aglutinar voluntades, pero en el caso de Greta Thunberg se le piden programas, ideas -e incluso soluciones mágicas- a una niña que ni siquiera ha alcanzado la mayoría de edad y que por lógica carece de un mensaje más allá de los lugares comunes. Convertir una emergencia planetaria como el calentamiento global en un movimiento a medio camino entre la religión y el groupismo dice muy poco de nuestra sociedad.