Este martes se cumple un mes desde que el Gobierno decretó el estado de alarma. En estos treinta largos días, los españoles, en su gran mayoría, han asumido que la batalla contra la pandemia supone un cambio radical en los hábitos cotidianos.
Con abnegación y realismo, los ciudadanos afrontan lo que los políticos consideran un "cambio de paradigma". Sanitarios, soldados, agentes de policía, empresas y particulares, han primado el interés común: quien no ha adaptado su maquinaria para producir respiradores se ha esforzado en aplicar sus capacidades en la lucha contra el virus.
Músculo político
Ahora bien, se sigue echando en falta músculo político y unidad para afrontar el mayor desafío de nuestra democracia. En ese sentido, es inaplazable que todos, Gobierno y oposición, sean ágiles y audaces para alumbrar unos nuevos Pactos de la Moncloa que no se queden en un mero titular quemado antes de tiempo de tanto manosearse.
Si hace más de un mes la unidad era deseable, ahora es vital. Es la propia realidad la que nos aboca a entender, también, que todo reproche sin propuestas tendrá un elevado coste para el futuro.
Espíritu de sacrificio
Es de justicia consignar una verdad: los españoles han demostrado un espíritu de sacrificio que no se corresponde con el triunfalismo y la errática gestión para frenar la pandemia. No se entiende que el Gobierno haga alarde de "las medidas más restrictivas" del mundo mientras, en la víspera de la vuelta al trabajo de cinco millones de españoles, haya quedado de manifiesto que carecía de un protocolo claro para repartir mascarillas.
Si en los estadios iniciales de la epidemia desdeñamos las trágicas lecciones de Italia y de China, es fundamental que saquemos conclusiones de lo que se ha hecho y se ha dejado de hacer. Lo prioritario es concretar un plan único, como único es el mando en la gestión de la catástrofe. Sólo con instrucciones precisas podrá reducirse la angustiosa espera hasta el ansiado "desescalamiento".