Esta vuelta al cole será diferente. Según ha podido averiguar EL ESPAÑOL, son muchos los colegios que están recurriendo a empresas de edificaciones prefabricadas para aumentar con barracones las instalaciones docentes.
La imagen de entrada estremece y nos retrotrae a la coyuntura de la educación pública en la anterior crisis económica, pero resulta más descorazonadora si tenemos en cuenta que la educación como tal ha sido una de las grandes olvidadas desde que empezó la crisis.
No es ocioso recordar la suerte de aprobado general, con matices, que propuso el Gobierno para salvar el reciente y accidentado curso escolar cuando su titular, Isabel Celaá, ha asumido este jueves que la vuelta física a las aulas en septiembre "es un objetivo irrenunciable".
Dignidad educativa
Al margen del optimismo de Celaá en que los rebrotes del coronavirus no alteren la normalidad académica, hay otra variable que no se puede pasar por alto: la improvisación y la ligereza con la que se está abordando un pilar fundamental de nuestra sociedad como es el de la educación.
A los profesores y a los alumnos que han tenido que variar radicalmente sus rutinas pedagógicas -con la consecuente merma curricular- no se les puede ni confundir a estas alturas con los maximalismos del Gobierno ni, mucho menos, denigrarlos a unas aulas prefabricadas que atentan contra la dignidad del propio sistema educativo.
Deberes sin hacer
En este sentido, queda de manifiesto que las autoridades no han hecho los deberes: ni en el confinamiento ni en la previsión ante la crisis posterior. Para muestra un botón: el Ejecutivo ha anunciado para finales de agosto, a escasas semanas del reinicio de las clases, una Conferencia de Presidentes autonómicos para tratar cómo se aborda el nuevo curso.
En un momento en el que, por circunstancias sociológicas y por otras sobrevenidas, la educación vive un cambio de paradigma, resulta obsceno que haya centros escolares donde las lecciones se impartan en lo más parecido a una caseta de obra. Algo que es impropio de un país moderno.