La confirmación de la victoria de Joe Biden tras ganar en el Estado de Pensilvania debería poner punto final a cuatro días de incertidumbre y juego sucio de Donald Trump.
Si a Trump le quedara un gramo de responsabilidad debería hacerse a un lado y reconocer la derrota. No es el caso. Ha optado por seguir emponzoñando jurídica y políticamente la situación. Trump intenta arrastrar en su caída al sistema, poniendo en cuestión su credibilidad y fracturando la sociedad. Es el peor colofón a una presidencia desgraciada.
Una de las primeras tareas de Biden como presidente a partir del 20 de enero debería ser conformar un nuevo sistema de recuento y garantías electorales que evite situaciones como la vivida ahora. Es inconcebible que la primera democracia y potencia mundial mantenga, en la era de la revolución tecnológica, un modelo de recuento del siglo pasado.
Alivio global
La llegada de Biden a la Casa Blanca supondrá, de cualquier modo, un alivio global, no porque sea la gran esperanza del liderazgo planetario, esa es la verdad, sino porque impide el segundo mandato de un personaje como Trump.
El presidente saliente, no hay que olvidarlo, ha sido el hombre que ha dinamitado el multilateralismo y el espejo en el que se han mirado populistas de todo el planeta, desde Bolsonaro en Brasil a Orban en Hungría.
También a nivel interno muchos estadounidenses respirarán hoy un poco más tranquilos tras la nefasta gestión de la pandemia que ha hecho Trump, con un virus desbocado que ha infectado ya a más de 9 millones de ciudadanos.
El descontento
Biden, sin estridencias, ha sabido capitalizar no sólo el descontento de los Estados que más sufren la desindustrialización en zonas como Michigan; también las tensiones raciales en las que Donald Trump se ha mostrado, por acción u omisión, un incendiario.
El presidente in péctore no es el izquierdista radical que ha presentado Trump. Su promesa de restaurar en la medida de lo posible el Obamacare -lo más parecido a una Seguridad Social al otro lado del Atlántico- o su apuesta por colaborar con México en lugar de levantar un muro que sólo ha contribuido a estigmatizar a los latinos, demuestran una sensibilidad social de la que carece su rival Republicano.
En campaña, Biden se comprometió a abordar la inmigración, el cambio climático, luchar contra la Covid-19... en el fondo, las elecciones norteamericanas han supuesto un plebiscito entre el populismo y el sentido común.
Kamala Harris
En ese sentido, Estados Unidos recupera el centro: el mundo puede, de momento, respirar tranquilo ante un político veterano que cuenta con Kamala Harris como próxima vicepresidenta. Harris puede encarnar los nuevos tiempos que precisa la política norteamericana. Esta prestigiosa abogada está llamada a tener un papel destacado en los próximos cuatro años.
Trump deja un legado que toca rehacer. Ha dinamitado la división de poderes, ha acosado a los medios de comunicación críticos y ha polarizado a la sociedad estadounidense a ritmo de tuit y fake news, agitando a las masas con un maniqueísmo que también ha marcado su política internacional. Ahí quedan la guerra comercial con China y los encontronazos con Europa. A los Demócratas les compete recomponer relaciones con el resto del mundo, y ojalá América vuelva a mirar a Europa.
El presidente Demócrata, moderado por currículum y por su propia biografía, tiene el encargo histórico de templar su país y sacarlo del ensimismamiento. Con Biden vuelve la normalidad; Trump, el excéntrico, el descentrado, es la anomalía.