Andalucía ha decidido confinar perimetralmente todos sus municipios, eliminar cualquier actividad no esencial a partir de las 18.00 horas e imponer el toque de queda, bajo el paraguas del estado de alarma, a las 22.00. Los números en la Comunidad que preside Moreno Bonilla con 3.755 nuevos casos en las últimas 24 horas y un alto estrés hospitalario ilustran a la perfección la fiereza de esta segunda ola en una región que, como cuenta hoy EL ESPAÑOL, está a punto de superar los muertos de la primera ola. Y más de lo mismo ocurre en otras tantas zonas de nuestro país que se ven incapaces, con los recursos propios y el margen legal, de hacer frente a la virulencia de este nuevo episodio de la pandemia del que ya avisó la OMS que sería demoledor.
La proyección de la pandemia se antoja poco menos que dramática según el indicador que se escoja. Por eso es comprensible que las CCAA exijan al Gobierno central que asuma sus responsabilidades y permita el peor escenario que, de momento, Moncloa evita: el confinamiento domiciliario puro y duro.
Confinamiento domiciliario
Es verdad que si algo hemos aprendido desde marzo es precisamente eso, que desconocemos muchas cosas sobre la enfermedad y que cualquier previsión sanitaria o económica está condenada a ser sobrepasada por la propia realidad. Por eso hay que subrayar la indefinición del Ejecutivo, en la disyuntiva de dejar sin cobertura legal a las CCAA - y no son pocas- que claman por el confinamiento domiciliario o volver a presentar en el Parlamento un nuevo estado de alarma con todo lo que conlleva volver a recabar los apoyos necesarios.
De entrada, la visión triunfalista del Ejecutivo se desmonta cada día que pasa. Si en la pasada primavera el mando único y el confinamiento "más estricto de Europa" dejaron un panorama desolador en vidas y en la economía, la estrategia de la cogobernanza y la falta de liderazgo están sojuzgando a las Autonomías.
Necesaria unidad
En Europa, especialmente Francia y Alemania, han optado por lo más lógico: la unidad de país frente a la pandemia. A las disonancias de un Estado descentralizado, en España parece que tenemos un Gobierno que teme en términos de imagen asumir que la enfermedad no va dejando más salida que la toma de las medidas más severas.
El virus no entiende de burocracias. Y otra vez más, ni aprendemos en cabeza ajena ni mostramos la más mínima agilidad frente a un virus que siempre encuentra a este país con el pie cambiado.