Este lunes, el anuncio de la tercera vacuna, la de Oxford, que promete una eficacia media del 70%, ha causado un nuevo alivio en una población sojuzgada por los efectos de la pandemia.

A pesar de que este tercer tratamiento demuestra una eficacia sensiblemente menor a los desarrollados por Moderna y Pfizer, cuenta a su favor con un precio menor de fabricación y algo fundamental: unas condiciones para su conservación mucho más asumibles, pues no necesita de un frío intenso, lo que facilita de forma importantísima la logística de su distribución. 

Relajación

Nada, sin embargo, puede calmar el drama de los fallecidos por la Covid-19, que este fin de semana alcanzaba los 512 muertos, una cifra muy cercana a la máxima registrada en esta segunda ola. No obstante, parece que las medidas restrictivas habilitadas por las Autonomías están surtiendo efecto: los 374,52 casos diagnosticados por cada 100.000 habitantes es el dato más bajo desde que entró en vigor el nuevo estado de alarma. 

Ahora es el momento de subrayar que cuando se lanzaron las campanas al vuelo en julio, no vencimos al virus, y que la relajación del verano ha llevado al sistema de salud al borde del colapso. Por eso hay que ser muy precavido con las ansias de pasar unas navidades más o menos normales.

Las fiestas navideñas concentran en pocos días los escenarios favoritos del virus: elevada movilidad, incremento del contacto social y, psicológicamente, una relajación frente a una enfermedad que no entiende de celebraciones. 

Tercera ola 

El anuncio del presidente Pedro Sánchez, este domingo, del plan de vacunación para el primer trimestre, amparándose en unas dosis que aún no han llegado, parece un poco precipitado. Puede crear falsas expectativas y luchamos contra una enfermedad que sabe cómo encontrarnos con el pie cambiado.

Por una vez hagamos caso a los sanitarios que tanto nos dieron en la primera acometida de la epidemia: se trata de salvar vidas y no tanto de salvar la Navidad. Cualquier otro clima puede desembocar en una tercera ola. Contra el virus sólo hay una receta: paso corto, vista larga y la convicción de que cualquier protección es poca.