Volver a los orígenes. Es, palabra más, palabra menos, lo que se le pide a la oposición venezolana. Recalibrarse, reorganizarse, sin que ello signifique retroceder ni cambiar de caballo a la mitad del río.
En momentos lúgubres, de puñaladas traperas y lucha fratricida, en la serenidad que da ver el conflicto desde afuera, puede estar la luz. Como todo en la vida, sólo se sigue adelante al pasar la página, dejando en el camino los fardos pesados e innecesarios.
Aunque cueste aceptarlo, el Gobierno interino encabezado por Juan Guaidó se desnaturalizó. Su intención original era tomar el poder para luego gobernar. Pero algunos creyeron que gobernando primero, lograrían el poder después.
Desde las alturas de sus cargos, varios dirigentes de primera línea desataron guerras internas para controlar cuotas de poder, sobre todo económico. Según el Financial Times, funcionarios del propio gobierno de Donald Trump reconocen que la oposición, que es lo que realmente sigue siendo el antimadurismo, necesita “renunciar a pretensiones de ser un Gobierno en la sombra y volver a hacer política en las calles”.
En el mismo tono, la Unión Europea sigue reconociendo a Juan Guaidó como líder de la oposición. Es importante aclarar en este punto que Bruselas nunca lo ha reconocido, como bloque, en su condición de presidente encargado de Venezuela. Pero sí la mayoría de los países europeos.
¿Es Juan Guaidó el presidente legítimo de Venezuela? Sí.
¿Es la Asamblea Nacional electa en 2015 el parlamento legítimo? También.
¿Es el Gobierno de Juan Guaidó quien controla el territorio venezolano? No.
¿Son las leyes emanadas desde la Asamblea Nacional 2015 las que rigen la vida diaria de quienes viven en Venezuela? Tampoco.
Reconocer eso es vital para seguir adelante, entendiendo que sólo en una casa grande se podrán tomar las decisiones que coronen el objetivo de la libertad. El reto está, también, en no desmontar las bazas que permiten a la oposición hablarle de tú a tú al régimen: las sanciones personales y el control de los activos en el extranjero.
El saliente secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, hace un llamado “a los partidos políticos y a la sociedad civil, incluidos estudiantes, organizaciones religiosas, chavistas (?), familias de militares, trabajadores y empleadores, para que se unan en torno a la causa de una transición democrática pacífica”.
Sin quererlo, Pompeo se pronuncia en la línea que seguirá el gobierno de Joe Biden. Porque el caso Venezuela, en el crispado y atolondrado panorama político norteamericano, sigue siendo el único tema bipartidista. ¡Una joya!
Con Washington y Bruselas alineados, algo mucho más fácil ahora que Biden entra en la Casa Blanca, la tarea de conseguir una solución electoral justa a la crisis venezolana puede ser posible si esa misma alineación se produce en el seno opositor.
Esto requiere una oposición unida en la idea de sacar a Maduro, no concentrada en pelearse por un botín o una candidatura presidencial que no existen sin un país libre.
Y que nada de esto se vea como quitarle el apoyo a Guaidó, el líder que sigue aglutinando a las mayorías y que se ha batido como pocos. Pero Guaidó, hasta que tome el poder y se convierta en el gobernante real, es eso: el líder de la oposición, aunque sea el presidente legítimo.
Este nuevo capítulo en Venezuela no se abre sólo para la oposición. En el chavismo también escriben nuevas páginas. El cerebro detrás del trono es ahora también el presidente de la Asamblea Nacional ilegítima, la del chavismo.
Hablamos de Jorge Rodríguez, la mano derecha de Nicolás Maduro. Mientras tanto, Delcy Rodríguez, su hermana, es la segunda en el Palacio de Miraflores, con el cargo de vicepresidenta de la República. No es cualquier cosa. Es el reacomodo de piezas más importante desde la muerte de Hugo Chávez.
Y el psiquiatra Rodríguez aspira al poder (al de verdad, no al de la silla), así sea con un Maduro en el exilio y un acuerdo con la alternativa democrática para regularizar a Venezuela.
Dice una de las mentes más duchas y aplomadas del panorama político venezolano, el profesor Guillermo Tell Aveledo, que la crispación política casi hace necesario empezar cualquier análisis con un “lamentablemente”. Nada de esto es lo idóneo, ni mucho menos lo que merecen quienes arrasaron con Venezuela, pero, lamentablemente, es lo que hay.
Ni todas las opciones estuvieron realmente sobre la mesa ni todos los políticos son carne de beatificación.
Ahora, por los millones de venezolanos que no pueden comer tres veces al día gracias a un salario mínimo mensual de dos dólares, por los más de 300 presos políticos, por los 5,4 millones de refugiados y migrantes, por todos los que sufren los embates de la pandemia en un país en plena Emergencia Humanitaria Compleja y la violación sistemática de sus derechos humanos según la ONU, hay que tragar grueso.
Hay que hacer política real. Ni epopeyas fantásticas, ni trácalas electorales ni enchufes internacionales. Conducir en el mismo sentido el apoyo externo y el interno.
“Es el momento, señores Henrique Capriles, María Corina Machado, Henry Ramos, Leopoldo López, Manuel Rosales, Omar Barboza y Julio Borges, que tanto han hecho, del último llamado de la patria” dijo Guaidó este 5 de enero.
Razón tiene.
*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.