La victoria de Salvador Illa en votos y su empate a escaños con ERC plantea un escenario aparentemente muy similar al que surgió de las urnas en 2017. Es decir, el de un partido constitucionalista al que las urnas han colocado por delante de ERC y JxCAT, pero con una mayoría separatista clara en el Parlamento autonómico catalán.
Un análisis pausado del resultado de las elecciones arroja, sin embargo, diferencias significativas con lo ocurrido en 2017.
La primera de esas diferencias es una obviedad, pero sus consecuencias son de largo alcance: Salvador Illa no es Inés Arrimadas. Illa, que ha hecho una buena campaña en circunstancias muy complejas y que ha llevado al PSC de la cuarta posición a la primera, ha anunciado ya que se presentará a la investidura.
Es una buena decisión que, con total seguridad, agradecerán sus votantes. Sobre todo aquellos que llegan desde Ciudadanos y que en 2017 vivieron con decepción la renuncia de Arrimadas, alentada por Albert Rivera, a siquiera intentar la investidura.
La apuesta de Sánchez al decidir que Illa abandonara el Ministerio de Sanidad en plena tercera ola y con la campaña de vacunación apenas arrancada para convertirse en el candidato socialista a la presidencia de la Generalidad era de todo o nada.
Pero lo que podría haber derivado en una hecatombe ha tenido un final relativamente feliz para el PSOE. Si Illa hubiera sido derrotado en las urnas, se habría hablado de irresponsabilidad. Con los resultados de ayer, se hablará más bien de audacia.
Illa no es Iceta
Para tranquilidad de muchos catalanes no nacionalistas, Illa no es Miquel Iceta. Sus credenciales constitucionalistas son bastante menos dudosas que las de la mayoría de los líderes del PSC. Las veleidades nacionalistas de su antecesor en el cargo, tan comprensivas habitualmente con los separatistas, brillan además por su ausencia en su discurso.
Está por ver que Illa se convierta en el próximo presidente de la Generalidad. Pero lo que sí está claro es que su proyecto, tras recibir el aval de las urnas, ha de ser ahora de medio y largo alcance. Sobre todo por la posibilidad de que el caos en el independentismo obligue a convocar segundas elecciones en el plazo de medio año.
Es cierto, sí, que no es lo mismo ganar con 33 escaños, y empatado con ERC, que con 36 escaños y claramente por delante de los republicanos y de JxCAT.
Pero también es cierto que esos 33 escaños cuentan con un respaldo político infinitamente superior a los 36 de Arrimadas en 2017. Porque detrás de Illa está la Moncloa y porque el exministro de Sanidad tiene en sus manos herramientas de presión como los indultos, los Presupuestos Generales del Estado o los fondos europeos.
Buenas noticias
La posibilidad de que ERC, JxCAT y la CUP repitan gobierno separatista es clara. Porque, ¿con qué argumento podrían ahora los republicanos, después de haberse comprometido por escrito a no pactar con el PSC, hacer presidente a Illa? Sobre todo cuando los partidos separatistas no sólo han repetido mayoría absoluta, sino que la han ampliado.
Pero también hay buenas noticias. La primera es que una victoria de JxCAT, actualmente el más radical de los dos principales partidos separatistas, habría sido letal para los intereses del constitucionalismo. Que Salvador Illa haya ganado en votos y ERC haya quedado por delante de JxCAT puede rebajar levemente la inflamación procesista. Magro consuelo, sí, pero consuelo al fin y al cabo.
Está por ver, además, que Carles Puigdemont y Laura Borràs acepten actuar como segundos violines de ERC dándole la presidencia de la Generalidad a los republicanos. Si algo ha demostrado el separatismo es su capacidad para autodestruirse en su camino hacia la nada.
Las opciones son, en resumen, dos. Una repetición del gobierno separatista actual, con un mero cambio de cromos en la presidencia y con una ERC radicalizada por las exigencias de JxCAT, o un tripartito de izquierdas que pasaría por algún tipo de aceptación socialista de las condiciones de ERC.
La primera de esas opciones complicaría el gobierno de Pedro Sánchez y le haría más débil frente a las exigencias del populismo de Podemos y los separatistas. La segunda parece hoy muy complicada, aunque no imposible.
Las elecciones de ayer pueden parecer a primera vista una nueva repetición del eterno día de la marmota nacionalista. Pero hay diferencias y las cartas de Illa son más altas que aquellas con las que jugaba Arrimadas en 2017. Entonces, Ciudadanos pintaba poco en Madrid. Hoy, el PSOE gobierna en España.