La carta de Oriol Junqueras en la que el líder de ERC acepta los indultos, reconoce que la vía unilateral es "inviable" y apuesta por un referéndum a la escocesa pactado con el Estado insufla oxígeno al Gobierno tras semanas de desgaste continuo por el futuro perdón a los líderes del procés, y admite dos interpretaciones distintas.
La primera de esas interpretaciones es la de que la carta del líder de ERC no es más que una nueva mentira del independentismo. De acuerdo con esta visión de los hechos, Junqueras habría afirmado algo en lo que no cree, impostando un arrepentimiento que no existe en realidad, como respuesta al incentivo de un perdón penitenciario.
La segunda de esas interpretaciones es la de que podríamos estar frente a un punto de inflexión en el proceso soberanista. El hecho de que sea el líder del partido independentista más votado en Cataluña el que haya reconocido la inviabilidad de una independencia unilateral no es irrelevante. No conviene olvidar que, sincera o impostada, esa marcha atrás de Junqueras tiene un coste para él y para su partido.
Un coste de dos tipos. El primero, entre sus votantes, que muy bien podrían llegar a la conclusión de que el procés no ha sido más que un monumental engaño desde el primer día. Engaño agravado por el hecho de que la vía escocesa que Junqueras propone como alternativa a la vía unilateral no tiene encaje en la Constitución ni viabilidad política o jurídica alguna, como bien sabe el líder republicano. La vía escocesa de Junqueras está, en fin, tan muerta como la unilateral, incluso antes de nacer.
El segundo coste es el político en su relación con JxCAT, el partido abanderado de las posiciones más irredentistas del independentismo y al que el abandono del unilateralismo obligaría a dar por amortizado a Carles Puigdemont.
Enmienda a la totalidad
¿Cortina de humo o tregua trampa? Tan erróneo sería considerar que la carta de Junqueras equivale a la entrega de armas de ETA como amortizar sus palabras a beneficio de inventario. El reconocimiento de que no existe un camino para el independentismo al margen de la Constitución y de su hipotética reforma no es banal. Es una enmienda a la totalidad de la fantasía republicana procesista.
No hay que olvidar, además, que los indultos no son colectivos, sino individuales, y que la carta de Junqueras de ninguna manera beneficia al resto de presos del procés. Su texto proporciona argumentos al Gobierno que va a conceder esos indultos. Pero no repercute, ni para bien ni para mal, en los indultos del resto de condenados por el Tribunal Supremo.
Cabe pensar, además, que el informe del Supremo no habría sido tan rotundo en su oposición a los indultos si esta carta de Junqueras hubiera llegado antes. La pregunta es hasta qué punto creer al líder de ERC cuando su reflexión sobre la inutilidad del procés se produce a posteriori del informe del Supremo y no antes de él.
Porque cuando Junqueras califica su encarcelamiento como una “persecución judicial” o reconoce que los indultos no acaban con “la cuestión”, no pide perdón. Pide “referéndum” y “amnistía”. Y si bien este giro hacia la racionalidad que representa la renuncia a la vía unilateral (en negro sobre blanco) es loable, es inadmisible que lo venda como una cesión dentro de una negociación.
Porque el cumplimiento de la ley es obligatorio para todos los ciudadanos en una democracia liberal. Junqueras no puede ofrecer como contrapartida a sus indultos el cumplimiento de la ley porque este no es optativo para ningún ciudadano.
Un último detalle. No parece casual el hecho de que la carta de Junqueras haya llegado pocos días después de la conversación entre el presidente del Gobierno y el presidente autonómico Pere Aragonès. Conversación auspiciada por Foment del Treball y en la que ambos se comprometieron a mantener una primera reunión este mes de junio.
Un escenario distinto
El escenario del próximo domingo en la plaza de Colón de Madrid es significativamente distinto al de hace una semana. Porque la percepción entre muchos españoles tras la carta de Junqueras podría ser la de que el independentismo ha empezado a rendirse, aunque sea con esas añagazas retóricas que tanto gustan al nacionalismo.
Lo cierto es que Pablo Casado ha cometido un error haciendo seguidismo de una iniciativa capitalizada por Vox y de la que la asociación Unión 78 es sólo el testaferro. El PP no ha sabido seguir una línea propia y ha permitido que Vox abandere las protestas contra los indultos. Que ahora eleve el tono, que apunte con el dedo al Gobierno de Sánchez por “su incapacidad, incompetencia y por ser una panda de mentirosos”, no oculta cierta torpeza y atolondramiento que únicamente beneficia a Santiago Abascal.
La carta del líder de ERC no cambia la posición de EL ESPAÑOL acerca de los indultos. Una postura que coincide en buena parte con la postura del Tribunal Supremo. Pero sí la matiza. Porque el gesto de Junqueras no es gratuito y tiene una trascendencia política que va mucho más allá de los indultos.
Que la carta de Junqueras provocará tensiones en un Gobierno autonómico de coalición al que ya se le auguraba una vida corta es una apuesta sobre seguro. Las tensiones en el Ejecutivo regional catalán beneficiarán además a un PSC que podría convertirse en el valor refugio para muchos votantes de izquierda catalanistas deseosos de una vuelta a la normalidad social e institucional y la vista de que el procés sólo ha provocado ruina.
Sería inteligente que PP y PSOE dejaran la puerta abierta a la interpretación de los hechos menos favorables a sus intereses. El PP, a la de que la marcha atrás del nacionalismo catalán sea real. El PSOE, a la de que esa marcha atrás sea sólo una escenificación tras la que volver a las andadas.