Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, compareció ayer junto al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, para anunciar de forma oficial que España será en 2022 la sede de la próxima cumbre de la Alianza Atlántica, coincidiendo con el 40º aniversario de la adhesión de nuestro país a la organización.
España sólo ha sido sede de una cumbre de la OTAN una vez. Fue en 1997, con José María Aznar como presidente del Gobierno. En ella, la Alianza Atlántica hizo oficial su ampliación al este al aceptar como miembros a Hungría, Polonia y la República Checa.
La cumbre de 2022 no será una reunión más de la OTAN. Y de ahí la importancia, simbólica y propagandística, pero también diplomática, de que España sea su sede.
Si la cumbre de 1997 afrontó las consecuencias de la caída del Muro de Berlín en 1989, en la cumbre de 2022 los jefes de Estado presentes decidirán cuál debe ser la estrategia de la Alianza frente a la mayor de las amenazas que se cierne sobre las democracias liberales occidentales: el auge militar y económico de regímenes abiertamente dictatoriales, como la China de Xi Jinping, o formalmente democráticos, pero intrínsecamente autoritarios, como la Rusia de Vladímir Putin.
OTAN, de entrada no
La celebración de una nueva cumbre de la OTAN en España ha sido un objetivo tanto del Ejecutivo de Mariano Rajoy como del de Pedro Sánchez. Si esa cumbre no se ha celebrado antes en España no ha sido por el rechazo de uno u otro partido, sino por la coincidencia de varias citas electorales que han obligado a aplazar la convocatoria.
Pero si el apoyo y la sintonía del PP con los objetivos de la OTAN han estado siempre fuera de toda duda, no ha sido así en el caso del PSOE. Un PSOE que en los primeros años 80 se mostró furibundamente en contra de la entrada de España en la OTAN.
"Nuestro partido no asume la decisión de integrarse en la OTAN, y, por consiguiente, estará en contra de la misma, con las consecuencias históricas que tenga mantener una coherencia lógica entre lo que decimos y lo que pensamos hacer" dijo Felipe González en octubre de 1981 en el Congreso de los Diputados.
La amenaza explícita del PSOE de sacar a España de la OTAN (con el famoso "OTAN, de entrada no") no se llegó a cumplir jamás. Tanto cambió la postura de los socialistas una vez ocupado el poder que cuando el Gobierno celebró el referéndum al que se había comprometido para la permanencia de España en la Alianza Atlántica, Felipe González amenazó con dimitir si ganaba el sí a la salida.
El resto es historia. Los españoles votaron sí a la OTAN y entre 1995 y 1999 un socialista, el exministro Javier Solana, ocupó el cargo de secretario general de la Alianza Atlántica, un éxito sin paliativos de la diplomacia española.
Una buena relación
Que Pedro Sánchez haya peleado por conseguir una buena relación con el presidente de los Estados Unidos y por convertir a España en sede de una cumbre de la OTAN no debe ser despreciado. Sobre todo a la vista de la postura de rechazo hacia Estados Unidos del anterior presidente del Gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, y de la sintonía con las dictaduras bolivarianas de su actual socio de Gobierno, Podemos.
Es cierto que esa "cumbre de los 26 pasos" (como la ha bautizado Isabel Díaz Ayuso) es un error desde cualquier punto de vista, que no deja en buen lugar la imagen de España y que transmite la idea de que Estados Unidos no ha levantado aún el castigo que pesa sobre nuestro país desde que Zapatero se negó a levantarse al paso de la bandera americana durante el desfile de la Hispanidad de 2003.
Pero el simple hecho de que Pedro Sánchez, al que se suele acusar de sumisión a los postulados de Podemos y de ser el heredero espiritual de Zapatero, haya luchado por reincorporar a España al pelotón de cabeza las potencias liberales occidentales demuestra que no es inmune ni indiferente a las necesidades de la realpolitik.