La Unión Europea ha exigido a Viktor Orbán la derogación de la ley que prohíbe hablar de homosexualidad en las escuelas húngaras. La norma, aprobada hace apenas una semana, veta "la representación y la promoción de una identidad de género distinta del sexo al nacer, del cambio de sexo y de la homosexualidad" entre los menores de 18 años, y mete en un mismo saco la pornografía, la pedofilia y la homosexualidad.
Las reacciones en la cumbre de jefes de Estado que comenzó ayer jueves en Bruselas han oscilado entre la condena (la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha calificado la ley de "vergüenza" y ha avisado de que usara los poderes del Ejecutivo de la UE para lograr su derogación) y la amenaza explícita (Mark Rutte, el primer ministro holandés, ha dicho que Hungría "no tiene sitio en la UE" si no retira la norma).
Poco antes de la cumbre, 15 líderes europeos, y entre ellos Pedro Sánchez, habían publicado una carta conjunta contra el primer ministro húngaro, aunque sin mencionarle de forma explícita:
"Con motivo de la celebración del día del orgullo LGBTI el próximo 28 de junio, y a la luz de las amenazas contra los derechos fundamentales, y en particular contra el principio de no discriminación por motivos de orientación sexual, queremos expresar nuestro apego a nuestros valores comunes fundamentales, consagrados en el artículo 2 del Tratado de la UE".
Más contundente fue la declaración conjunta emitida por España y otros trece países el pasado martes. En ella se decía que la ley húngara "representa una forma flagrante de discriminación basada en la orientación, la identidad y la expresión sexual". Según la declaración, la norma "vulnera la libertad de expresión al limitar la libertad de opinar y de recibir y difundir información sin interferencias de las autoridades públicas".
Orbán se atrinchera
La censura de la UE no ha hecho mayor efecto, al menos de momento, en un Orbán que, a su llegada al Consejo Europeo, se ha negado a rectificar con el argumento de que "la ley ya ha sido publicada, es un hecho".
Orbán ha afirmado también que la ley no va contra los homosexuales. "No es una ley sobre la homosexualidad. Es una ley que defiende los derechos de los niños y de sus padres. La homosexualidad se castigaba bajo el régimen comunista y yo luché por su libertad y sus derechos. Pero esta ley no va de eso".
Resulta difícil pensar en qué vulnera los derechos de los padres el simple hecho de reconocer en las escuelas la existencia de la homosexualidad o de personas que no se sienten identificadas con el sexo biológico con el que han nacido.
Parece obvio que Orbán y los legisladores húngaros creen que esa enseñanza equivale al adoctrinamiento y el proselitismo sexual. Como si enseñar en las escuelas en qué consiste el veganismo o explicar la historia del islam fuera a convertir a los estudiantes húngaros en musulmanes veganos.
La UE ha hecho de la defensa de unos valores comunes una de sus razones de ser, y entre esos valores está la igualdad de derechos sin que quepa discriminación alguna por motivo de sexo u orientación sexual. La ley de Orbán viola de forma grosera esos principios escudándose en una supuesta defensa del derecho de los padres a que sus hijos no sepan de la existencia de opciones sexuales diferentes a las suyas.
Es una ley propia de otras épocas e indefendible incluso desde el punto de vista de un antiestatismo extremo. No es la primera ley europea que intenta maquillar su espíritu retrógrado con el argumento de la defensa de los derechos de los padres o de cualquier otro colectivo de ofendidos preventivos. Pero debería ser la última.
El futuro de Europa
A la vehemente reacción de la habitualmente diplomática UE contra la ley húngara no son ajenos dos hechos. El primero, la cercanía de la celebración del día del Orgullo LGBTI, que tendrá lugar este lunes 28 de junio.
El segundo, las retadoras declaraciones de Orbán durante la celebración el pasado lunes del Día de la Independencia húngaro. Unas declaraciones en las que el primer ministro dijo cosas como: "Treinta años antes creíamos que Europa era nuestro futuro. Hoy hemos entendido que nosotros somos el futuro de Europa".
Orbán es uno de los principales cabecillas de una corriente de opinión que cree que la UE y sus "decadentes" valores liberales están sentenciados de muerte por su incapacidad para comprender la realidad geopolítica actual. Que cree que el futuro está en el autoritarismo de líderes como Vladímir Putin, Xi Jinping o el mismo Orbán, y de unas políticas casi aislacionistas en lo económico y abiertamente retrógradas en lo social.
Orbán, miembro destacado del euroescéptico Grupo de Visegrado, defiende la tesis de que el Parlamento Europeo conduce a la UE a un callejón sin salida. El primer ministro húngaro es partidario de una Europa de las naciones en la que los respectivos parlamentos nacionales tengan derecho de veto sobre la normativa europea que "invada" espacios de soberanía nacional. Orbán ha llegado incluso a poner en duda la legitimidad de las elecciones europeas por la incompatibilidad cultural y social de su demos.
La ley contra la homosexualidad de Orbán es sólo una escaramuza más en esa batalla que, como explicaba Alejo Schapire en EL ESPAÑOL, se libra en todo el mundo entre partidarios de la democracia liberal y los populismos iliberales, tanto de derechas como de izquierdas. Cada palmo que ceda la UE en esa batalla es terreno ganado para el populismo. Y de ahí la necesidad de poner pie en pared en este caso y en todos los que lleguen en el futuro.