Mike aterriza temprano en Barajas. Tiene 37 años y es el nuevo corresponsal en España de ese periódico de referencia mundial. Su conocimiento de la lengua y de la realidad local es escaso, pero motivación no le falta: en los últimos meses ha leído dos libros sobre las Brigadas Internacionales y tiene pendiente la peli de Ken Loach. No se lo ha dicho a nadie, pero quiere aprovechar esta etapa para escribir una novela sobre un brigadista americano que murió en la ofensiva de Huesca.
Mientras espera sus maletas, en el lúcido delirio que acompaña la despresurización, piensa en una estructura de ida y vuelta: la novela arrancará en la trinchera, pero habrá flashbacks a su infancia en Oregón e incluso una digresión sobre el general Kléber. Quizá incluya una historia de amor entre el americano y un italiano de la brigada Garibaldi. En el Uber, camino del apartamento que ha alquilado en la plaza de Santa Ana, comprueba dónde está Huesca y reconsidera el proyecto. Comienza a interesarse por el desembarco de Mallorca.
El lunes le llega la primera nota de prensa de la Moncloa, pero él sabe que no debe fiarse del poder, así que coteja la información oficial con el editorial del principal periódico del país. Respira tranquilo tras comprobar que coinciden. Redacta un texto apañado, donde reproduce el discurso oficial con sus dosis de storytelling (la llegada a Madrid, los encantos del barrio de las Letras, ya saben) y alguna mención a Franco (los vecinos del Upper West Side tienen sus gustos y hay que respetarlos). Unos días después, la cuenta oficial de la Moncloa comparte la pieza como muestra de la aprobación internacional de sus decisiones.
La demanda presentada ante el Tribunal de Estrasburgo llega puntual a la mesa del magistrado Korhonen, catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de Helsinki. Ha estado un par de veces en Barcelona e incluso pasó un fin de semana en Cadaqués, pero es un hombre cauto, así que consulta el caso con su colega, nombrado a propuesta del Gobierno español. Ya con las ideas claras, el magistrado Korhonen dicta una dura sentencia (de vez en cuando hay que escarmentar a las democracias sólidas) y con la satisfacción del trabajo bien hecho regresa a casa y termina la segunda temporada de True Detective.
Mike y Korhonen son personajes de ficción, pero sirven para ilustrar que los juicios que nos llegan desde el exterior son poco más que el eco de ciertas consignas locales. Deben saberlo, y no ofenderse, quienes se hayan sentido agraviados por el informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa o por las misivas en defensa de Andreu Mas-Colell.
La responsabilidad de lo que se dice sobre España en el exterior es del Estado. En la era de Mariano Rajoy, el problema fue su pasividad. Ahora es el contrario: el Gobierno contribuye activamente a la consolidación exterior del marco independentista, negando la plenitud de la democracia española y jugando a enmendar sus supuestos déficits. La última puñalada la dio ayer el ministro José Luis Ábalos, que señaló que el Tribunal de Cuentas es un obstáculo para el diálogo. Se confirma que el Gobierno está decidido a denigrar toda institución que entorpezca su agenda.
La campaña afianza los apoyos parlamentarios del PSOE a costa de malograr la imagen de España. La triste ironía es que el rumor totalitario que circula el Gobierno habilita a los totalitarios reales a seguir sometiéndonos.