La rápida entrada de los talibán en Kabul y la facilidad con la que los insurgentes han plantado su bandera en el resto del país cierran la crónica del fracaso histórico de Estados Unidos en Afganistán.
A pesar de los veinte años de esfuerzos, los cientos de miles de millones de dólares invertidos y los miles de militares caídos en combate.
Un colofón que es la fotografía de la endeble estructura política y militar que sostenía el país, y que conduce irremediablemente a preguntarse si existía un plan sólido (o no) para Afganistán.
Es cierto que fue Donald Trump quien diseñó la ruta de la retirada definitiva. Pero los acontecimientos dejan al desnudo la torpeza de Joe Biden, que pudo gestionarla de otra manera, y la falibilidad de sus servicios de inteligencia, que infravaloraron las posibilidades de los insurgentes y sobrevaloraron la fortaleza del Estado afgano.
De este modo se consuma una tragedia que pagará, en primer lugar, la población afgana, a la que el abandono occidental y la rendición de sus dirigentes (el propio presidente ha huido del país) condenan a tiempos de miseria y barbarie medieval, con las mujeres como principales víctimas.
A su vez, está por ver qué sucederá en un plano político y geoestratégico. ¿Volverá a ser Afganistán el vivero del terrorismo internacional? ¿Ocuparán China y Rusia el vacío dejado por Estados Unidos y Europa?
Dos potencias, como escribe el analista Nicolás de Pedro en EL ESPAÑOL, al acecho de victorias en aquellos lugares donde Occidente fracasa.
Una derrota simbólica
No pasan desapercibidas las imágenes que llegan desde la embajada de Estados Unidos en Kabul. Escenas que recuerdan, irremediablemente, a la salida de Saigón de los diplomáticos norteamericanos en 1975.
El fracaso en Afganistán, para humillación de la primera potencia militar, tampoco es ajeno al simbolismo de las fechas porque se produce a menos de un mes del vigésimo aniversario del peor atentado terrorista de la historia (y del más traumático): el 11-S.
Un atentado que justificó que Estados Unidos invadiera el país como un castigo contra sus instigadores con el respaldo de Naciones Unidas.
Afganistán, veinte años después, volverá a ser un avispero. Existen informes de inteligencia que advierten de que este descontrol propiciará el crecimiento de redes yihadistas que amenazan con atacar a Occidente de nuevo. Y promete un éxodo masivo que terminará por afectar a Europa.
Abandonados a su suerte
La comunidad internacional, como señala Cruz Sánchez de Lara, ha sido incapaz de dar respuesta a este grave conflicto, abandonando a la población afgana a la suerte del fundamentalismo islámico.
Enfrascada como está en agendas a treinta años vista, se circunscribe en la inacción cuando debe tomar partido en problemas graves que requieren de determinación, agilidad y contundencia.
El resultado, pues, no puede ser peor. Un resultado de derrota de la que nuestro país es partícipe. A fin de cuentas, la misión internacional más larga de España se ha cobrado la vida de 102 soldados y reporteros como Julio Fuentes.
En este escenario de retirada, el Gobierno hará bien al acometer una operación de rescate para los cientos de afganos que colaboraron durante tantos años de conflicto. Un conflicto que, en definitiva, deja la amarga certeza de haber empeñado demasiado esfuerzo para tan pobres resultados.