El último desafío de Bielorrusia (y Rusia) a la Unión Europea se vive en la frontera con Polonia. Varsovia ha tenido que destinar 12.000 militares a la zona para combatir la entrada masiva de migrantes, coordinada por Alexander Lukashenko, y ha creado un efecto contagio en Lituania y Letonia.
Las dos repúblicas bálticas se preparan para un ataque similar que no toma a los socios comunitarios por sorpresa, y que deja a las claras el nacimiento de nuevas rutas de asedio a la Unión. Probablemente por la conciencia entre nuestros enemigos de que la política migratoria es un talón de Aquiles de Bruselas y un motivo de crecimiento de la derecha populista en el continente.
No es la primera vez que el territorio europeo sufre asaltos similares orquestados por potencias extranjeras. No queda lejana la apertura de Marruecos de las puertas con Ceuta, que provocó la entrada de 8.000 personas. La mayoría, niños. O el papel de Turquía en la crisis de refugiados sirios de 2016.
Tampoco es nuevo que Bielorrusia, dirigida con puño de hierro por el último dictador de Europa, ponga a prueba la paciencia de los Veintisiete. El pasado mes de mayo forzó el aterrizaje de un avión de Ryanair para detener al periodista disidente Román Protasévich, una acción que algunos líderes definieron como “terrorismo de Estado”.
Pero son sus compañeros de disidencia, y no otros, quienes deben marcar el futuro del país. Quienes apuesten por la libertad y la democracia, y quienes independicen su país de los designios del Kremlin y de un régimen capaz de utilizar el hambre, la desesperación y el miedo de los refugiados (algunos de ellos muertos de hipotermina en la frontera) como instrumentos de presión.
Agresiones
Parece claro que el asalto de Polonia es una respuesta de Lukashenko a las sanciones impuestas contra su régimen, así como una nueva forma de Moscú de recordar que está dispuesta a seguir tensando la cuerda.
Que sus agresiones pueden ir más allá de las injerencias políticas en los países comunitarios, con su apoyo a partidos regionales secesionistas (el Parlamento Europeo investiga, por ejemplo, los vínculos rusos con el procés catalán) y con el inicio de campañas propagandísticas en redes sociales y medios de comunicación afines.
Vladímir Putin parece consciente de que la Unión Europea, con miembros dependientes de su gas para atender su demanda energética, tiene poco margen de maniobra.
Respuesta
Pero que las condiciones sean adversas no puede conducir a la inacción ni al amilanamiento. Hacen bien la Comisión Europea y la OTAN al levantar la voz y encender las alarmas frente a las bravatas bielorrusas y las provocaciones rusas.
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha avanzado una nueva ronda de sanciones contra los dirigentes de Bielorrusia. La OTAN ha recordado que se trata de un “ataque” a todos los miembros de la alianza. Y el máximo representante de la diplomacia europea, Josep Borrell, viajará a los países de origen y tránsito para certificar que no entregan migrantes para usarlos como instrumentos de presión.
No se puede caer en el chantaje de Lukashenko. Bruselas debe respaldar a la oposición bielorrusa, aumentar la presión sobre Minsk y enviar un mensaje nítido a Moscú. Asediar la Unión Europea no puede salir barato.