Sería absurdo equiparar la crisis en Ucrania con la II Guerra Mundial, como si todos los conflictos geopolíticos del siglo XXI fueran sólo un remedo de la gran contienda del siglo XX y como si toda la historia de la humanidad pudiera reducirse a un "Adolf Hitler contra la Democracia", pero sí es inevitable ver algunas similitudes inquietantes entre las peticiones rusas y las de los Acuerdos de Múnich de septiembre de 1938.
En las conversaciones con los Estados Unidos, Rusia ha exigido lo que considera demandas irrenunciables. La promesa de que Ucrania y Georgia nunca se convertirán en miembros de la OTAN. La no "asimilación" de Suecia, Finlandia, Europa Oriental y las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania). Así como la retirada de fuerzas y armamento extranjero de los territorios que pertenecían a la esfera de influencia soviética, y entre esos territorios Bulgaria, Rumanía y Polonia.
Esta última petición, como explica hoy EL ESPAÑOL, incluye también las fuerzas españolas desplegadas en la zona.
Deshonor y guerra
En sus peticiones sobre Ucrania, los argumentos rusos (básicamente, los que defienden la adscripción rusa de buena parte de los ucranianos del este del país) recuerdan poderosamente a aquellos con los que la Alemania de los años 30 exigió la incorporación de los Sudetes, una región de la Europa Central cuya población era mayoritariamente de habla alemana.
En 1938, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania firmaron los acuerdos de Múnich. En virtud de dichos acuerdos, los Sudetes, en aquel momento pertenecientes a Checoslovaquia, pasaron a control alemán. En la negociación del acuerdo ni siquiera participaron representantes checoslovacos, pero Reino Unido y Francia consideraron que la cesión de un territorio que no les pertenecía era un pago razonable para evitar la guerra.
El 5 de octubre de 1938, Neville Chamberlain se presentó ante la Cámara de los Comunes del Parlamento británico para defender el acuerdo al que había llegado con Hitler. Fue entonces cuando Winston Churchill pronunció su famosa y premonitoria frase: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Escogisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra".
Peligroso para la seguridad
La amenaza que Putin supone para Ucrania y el resto de países de la antigua esfera de influencia soviética no es comparable al que supuso Hitler en su momento. Pero el potencial desestabilizador del conflicto en Ucrania, sobre todo por lo que respecta al suministro energético de gas en Europa, dependiente en un 41% de Rusia, es enorme y sería irresponsable pasarlo por alto.
En este contexto, el "no a la guerra" de Unidas Podemos se suma a las ya habituales irresponsabilidades del partido morado. Sólo que, en esta ocasión, las consecuencias para España de esa discrepancia en el seno del Gobierno pueden costarle muy caro no sólo a los españoles, sino también a Pedro Sánchez, que se ve deslegitimado y desautorizado frente a sus socios internacionales por la imprudencia de los morados.
Y de ahí que el PSOE le haya exigido a Podemos "no hacer declaraciones" al respecto. Si el comportamiento adolescente de los morados es habitualmente molesto por su simplismo, cuando no dañino para los intereses de los españoles, en este caso entra en conflicto directo con la seguridad nacional. Y España no puede permitirse dinamitadores "amigos" en un contexto tan delicado como el actual.