Es imposible restarle gravedad a la progresiva irrelevancia de España en el escenario internacional. Una irrelevancia ejemplificada en esa videollamada de urgencia que el presidente de los Estados Unidos Joe Biden mantuvo ayer con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el presidente del Consejo, Charles Michel; el presidente francés, Emmanuel Macron; el canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro italiano, Mario Draghi; el polaco Andrzej Duda; y el británico Boris Johnson; pero no con el presidente de España, Pedro Sánchez.
Ni siquiera la rápida adhesión de España a las maniobras de disuasión de la OTAN o el hecho de que Madrid sea la sede de la próxima reunión de la Alianza este mes de junio han servido para que Joe Biden incluyera a Pedro Sánchez en esa llamada. Una llamada en la que han participado incluso líderes de países que se han mostrado reacios a la intervención de la OTAN (como Alemania, Francia o Italia) y en la que, para más añadidura, se habló de un escenario bélico en el que habrá soldados españoles, pero en el que el Gobierno español no tendrá ni voz ni voto.
Las causas de esa irrelevancia son varias y merecen un artículo por sí solas, pero tienen su origen en el desprecio de José Luis Rodríguez Zapatero a la bandera de los Estados Unidos en el desfile del Día de las Fuerzas Armadas de 2003, y su remate en la presencia en el Gobierno español de una fuerza política radical de extrema izquierda que no sólo se ha mostrado contraria a la intervención de la OTAN en Ucrania, sino que ha exhibido en repetidas ocasiones su admiración por las dictaduras cubana y venezolana, por no hablar de sus vínculos con la teocracia iraní.
Aislamiento internacional
EL ESPAÑOL preferiría evitar el uso de la palabra humillación, pero no existe otra forma más benévola de calificar la indiferencia del Gobierno de los Estados Unidos hacia un país aliado, miembro de la OTAN y que se ha sumado desde el primer momento a una campaña de disuasión militar vista con recelo por buena parte de las potencias europeas (más partidarias de la realpolitik que del idealismo americano). Potencias europeas que sí han sido invitadas a la videollamada de Biden.
España está pagando en la actualidad el precio por estas dos décadas de relativo aislamiento internacional. En el caso del PP, por la indiferencia que Mariano Rajoy sentía hacia todo aquello que fuera más allá de la gestión cortoplacista del día a día o que exigiera un plan a largo plazo. En el caso del PSOE, por sus hipotecas ideológicas, más propias de los años 60 del siglo pasado que del siglo XXI, y por una política de alianzas nacionales e internacionales incompatibles con una democracia liberal.
No ayuda a mitigar la sensación de degradación esa escenificación de Pedro Sánchez en la que este decía hablar con los representantes de la UE y de la OTAN y seguir "muy de cerca" la situación en Ucrania. Sólo 24 horas después, los hechos han demostrado que Sánchez sólo estaba intentando fingir un peso internacional del que hoy por hoy carece.
Hoja de ruta compartida
Haría mal la oposición en alegrarse del desaire al presidente. Porque más allá de que las alianzas de este hagan imposible que Estados Unidos o la OTAN puedan confiar en España en asuntos de tanta gravedad como el que se ventila hoy en la frontera entre Ucrania y Rusia, el problema viene de largo y afecta tanto a PP como PSOE. Un país que no se toma en serio a sí mismo, que duda de su propia existencia y que se limita a trampear el día a día y a sumarse de forma apresurada y obviamente ventajista a las urgencias de última hora no puede esperar que otros países le tomen en serio.
El PP ha hecho bien en dar su apoyo a las decisiones del Gobierno en esta crisis. Pero ambos partidos tienen un trabajo pendiente infinitamente más importante: reunirse para pactar de forma conjunta una hoja de ruta internacional para la España de las próximas décadas. Sin esa hoja de ruta compartida, España seguirá condenada a la irrelevancia, navegando al pairo en un escenario internacional en el que hoy no pinta nada.