No invita precisamente al respiro que cerca de 4.000 simpatizantes y votantes del PP se concentraran ayer domingo en la sede nacional, con pancartas deshonrosas y vítores a Isabel Díaz Ayuso, para clamar contra el líder actual, Pablo Casado, y el secretario general, Teodoro García Egea, y pedir sus dimisiones. Es una situación inaudita, propia de aquellos dirigentes de Podemos que elogiaron las virtudes del "jarabe democrático", que debería sacudir las conciencias de sus impulsores y conducir precipitadamente a la reflexión en el partido.
Lo que vimos ayer es una facción del PP aplicando la lógica de Rodea el Congreso contra la dirección del partido. Una lógica dominada por los impulsos antiliberales de los indignados y los peores atributos de los héroes de la antipolítica. El escrache de ayer queda más cerca del espíritu populista que arrecia en Europa que de los valores liberales que han propiciado los mayores niveles de desarrollo y paz social conocidos.
Que Díaz Ayuso, motivo fundamental de la movilización, haya guardado silencio ante las escenas de Génova agrava los hechos. A fin de cuentas, legitima unos actos que tendrán efectos impredecibles, nada halagüeños. Con su mutismo, la presidenta recuerda al reaccionario Donald Trump en la jornada del asalto al Capitolio. El presidente republicano sólo se lanzó a la denuncia tuitera cuando la paz se agotó y se produjo uno de los sucesos más graves de la historia reciente de los Estados Unidos.
Es cierto que los hechos consumados, en una y otra parte, no son siquiera equiparables. No se registraron episodios de violencia en Madrid. Pero sí son de una enorme gravedad por cruzar la delicada frontera que desplaza la política de los parlamentos a las calles. Una dinámica propia de la Segunda República, en la que eran habituales manifestaciones que desembocaban en asaltos de sedes de partidos y medios de comunicación.
Precedente peligroso
Independientemente de filias y bandos, el escrache en Génova sólo puede despertar el rechazo de los líderes y las fuerzas moderadas. Sienta un precedente peligroso que, en el peor de los casos, avivará monstruos enterrados y dará validez a un juego que la izquierda radical siempre ha dominado con perturbadora maestría. ¿Qué ocurrirá si, llegado el momento, Podemos decide cercar un ministerio hasta que su titular ceda a sus exigencias? ¿Acaso no tendrá la coartada para hacerlo? ¿O es que se les aplicará otra vara de medir?
Los barones del PP movilizados contra Casado y Egea harían bien en tomar nota. Sobre todo, destacados líderes como Alberto Núñez Feijóo o Juan Manuel Moreno Bonilla, representantes de una línea templada, dialogante y nada afín a Vox. Líderes que han sido blanco de campañas mediáticas similares a la que sufren el presidente y el secretario general del partido.
Si se lo han hecho a la cúpula actual, en definitiva, ¿qué les garantiza que no vayan a sufrirlo en sus propias carnes por no rendirse a los pies de la carismática Díaz Ayuso o de la derecha populista, o por mostrar predisposición al acuerdo por el centro y no por los extremos?