Durante el segundo día de la guerra, las tropas invasoras han estrechado el cerco sobre la capital del país, Kiev, y Vladímir Putin se ha mostrado dispuesto a entablar un diálogo con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, a pesar de acusarle de parapetar a sus soldados tras civiles para acusar luego a Rusia de crímenes de guerra.
"En respuesta a la petición del presidente ucraniano" ha dicho el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, "estamos dispuestos a enviar representantes del Ministerio de Exteriores y la Presidencia para unas negociaciones".
Pero las negociaciones de las que habla Rusia, y que exigirían la deposición previa de las armas por parte del ejército ucraniano, no son más que una rendición incondicional. El presidente ruso pretendía así trasladar toda la presión al Gobierno ucraniano, que ha respondido ofreciéndose a no entrar en la OTAN. Es decir, a mantener su condición neutral, una de las exigencias de Putin previas a la invasión.
Más allá de las informaciones, imposibles de confirmar, que hablan de una resistencia ucraniana superior a la que esperaba Rusia, está la realidad de los hechos. Y los hechos son que las tropas rusas apenas han tardado 24 horas en llegar a Kiev y que sus fuerzas especiales, los Spetsnaz, están ya, según varias fuentes, en los suburbios de la capital.
Otras informaciones hablan del despliegue de fuerzas especiales chechenas a las órdenes de Ramzán Ajmátovich Kadýrov, jefe de la república de Chechenia, con órdenes de "cazar" a los líderes ucranianos incluidos en una baraja de cartas como la que los soldados americanos manejaban durante la guerra de Irak de 2003 para ayudarles a identificar a los personajes más buscados del régimen de Sadam Husein.
Finlandia y Suecia
La tesis de la que hablamos en el editorial de este viernes y que habla de una caída de Kiev en apenas dos o tres días, quizá durante este mismo fin de semana, parece hoy más cerca de cumplirse que ayer. Si eso ocurre, sería absurdo que Europa y la OTAN lo fiaran todo a una eterna guerra de guerrillas que desgastaría a Putin y a su ejército, sí, pero que también arrasaría el país y costaría la sangre de miles de ucranianos.
Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son los verdaderos objetivos de Putin con esta guerra, pero algo parece claro, tanto por la escala de la invasión como por su intensidad. Esos objetivos van más allá, mucho más allá, de Ucrania.
Prueba de ello es la amenaza de la portavoz del Ministerio de Exteriores Ruso, Maria Zaharova, que ha advertido este viernes de que la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN tendría "consecuencias político-militares".
Una amenaza a la que el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares, ha respondido diciendo que la entrada de ambos países en la OTAN es "algo que tendríamos que discutir. Nadie debe decirnos quien debe ser miembro o no".
El escenario posterior
Occidente ha mostrado hasta el momento una rocosa unidad en la condena de la invasión de Ucrania y la necesidad de imponer fuertes sanciones al régimen ruso. Pero también una llamativa división a la hora de concretar la dureza de esas sanciones, con la expulsión de Rusia del sistema SWIFT en el centro del debate.
Por más que los supuestos paralelismos de la invasión rusa de Ucrania (los Sudetes, el Acuerdo de Múnich, Adolf Hitler, la invasión rusa de Praga y Budapest) afloren en las crónicas periodísticas, lo cierto es que no existen precedentes históricos ni manual de instrucciones para lo que está ocurriendo en el este de Europa.
¿Cuál es el verdadero grado de apoyo de China a la invasión de Ucrania? ¿Se conformará Putin con el control de las provincias del este de Ucrania o aspira al control total del país? ¿Pretende Putin redefinir el equilibrio de fuerzas y el statu quo en el este de Europa? ¿A dividir a los países de la Unión Europea y minar poco a poco la credibilidad de la OTAN?
Es probable que sólo Putin y un pequeño círculo de fieles a su alrededor conozcan las verdaderas intenciones del presidente ruso. Pero Occidente debe plantearse ya el escenario posterior al fin de la guerra. Las sanciones debilitarán la economía rusa, pero también acelerarán la creación de un eje económico alternativo en torno a China, cuyo objetivo es el fin de la consideración del dólar como moneda de referencia mundial.
Ojalá la UE, Estados Unidos y la OTAN sean más diligentes diseñando el escenario postinvasión de lo que lo han sido ayudando a Ucrania a prepararse para el ataque. Ya que no han podido evitar la agresión (y no han querido implicarse en el conflicto con tropas sobre el terreno), que eviten al menos las graves consecuencias para la democracia liberal que esta tendrá en el futuro.