Para los cristianos, la Semana Santa es un tiempo de esperanza. También para los hosteleros, a la vista de los datos que manejan la industria turística y el Gobierno.
España celebra sus primeras vacaciones pascuales en dos años. La relajación de las medidas Covid (que en los años anteriores llevaron a las autoridades a cancelar los tradicionales festejos de estas fechas) ha permitido que las procesiones vuelvan a desfilar por todo el país y que las cofradías salgan nuevamente por unas calles abarrotadas por nacionales y turistas extranjeros.
El ansia por redimirse de la llamada "fatiga pandémica" queda patente en el júbilo con el que se han reanudado los pasos y los actos festivos de Semana Santa. También en las halagüeñas previsiones del sector. Los datos de reservas de transporte, de movimientos por carretera, de visitantes extranjeros y de ocupación hotelera auguran un periodo vacacional que incluso puede superar los niveles turísticos prepandemia.
Es más que razonable que los ciudadanos quieran retomar de una vez la normalidad arrasada por la pandemia. La Covid-19 ha traído más de dos años de excepcionalidad, que han repercutido gravemente en la economía de los españoles y hasta en su salud mental. Por eso es urgente y deseable que la industria turística se reponga finalmente y tire del carro de la recuperación, en un país tan dependiente como el nuestro del sector servicios.
Pero el entusiasmo ciudadano por dejar atrás la pandemia no debería confundirse con la creencia de que la pandemia ha sido superada por completo.
Algunos indicadores negativos
En la última actualización de seguimiento de la Covid-19 publicada por el Ministerio de Sanidad el pasado martes se observa un ligero repunte de la incidencia acumulada. Además, desde finales del mes pasado se viene produciendo un aumento de los contagios y de los casos Covid que han requerido hospitalización.
Es cierto que los indicadores de la epidemia no son alarmantes. La evolución del número de hospitalizados graves y del de fallecimientos es claramente positiva.
Pero no debe olvidarse que, aunque con su letalidad mitigada, el virus sigue ahí fuera. Las celebraciones festivas en esta Semana Santa pueden y deben ser compatibles con un sentido de responsabilidad y prudencia por parte de los ciudadanos.
Esta cautela es la que parece haber animado la decisión del Gobierno de aplazar el fin de la obligatoriedad de la mascarilla en interiores, decretando su retirada para el miércoles 20 de abril. O sea, justo después de Semana Santa.
Prudencia y previsión
Teniendo en cuenta que el turismo parece que va a poder sortear el obstáculo de la inflación, sería una lástima que la inconsciencia colectiva pudiera redundar en un empeoramiento de los indicadores de la situación epidemiológica.
No hay que olvidar que vamos conociendo episódicamente nuevas variantes de la Covid. Además, sabemos por años anteriores que los periodos vacacionales tienden a impulsar nuevas olas pandémicas.
Los españoles deben ser previsores y evitar que la cercana campaña turística de verano pueda verse nuevamente comprometida por eventuales restricciones. La 'gripalización' de la Covid ha instalado entre los españoles una mentalidad pospandemia. Pero cabe preguntarse si no es demasiado aventurado forzar completamente el retorno a una normalidad prepandemia.
El optimismo económico y la ausencia de restricciones gubernamentales deberían compensarse con una responsabilidad individual y colectiva que recuerde que, aunque queramos, no hemos dejado definitivamente atrás, todavía, a la Covid.