La Reserva Federal (FED) americana anunció ayer una subida de los tipos de interés de un 0,75%, la mayor desde noviembre de 1994 y la tercera de los últimos meses. El objetivo es atajar la inflación en EEUU, que en mayo alcanzó el 8,6%, y que no ha parecido reaccionar a las dos subidas previas, de un 0,25% y un 0,50%.
El anuncio de la FED se conoció sólo unas horas después de la reunión de emergencia del Banco Central Europeo (BCE) en respuesta a las señales de alerta en el mercado de deuda pública de la UE. Una reunión que se saldó con el anuncio de la creación de un inconcreto "instrumento anticrisis" destinado a controlar las primas de riesgo.
La alarma es, en resumen, la misma en ambas orillas del Atlántico. La inflación es ya el principal problema al que se enfrentan las economías de EEUU y de los países de la UE. Con una diferencia: el BCE lleva un retraso de varios meses con respecto a la FED. La solución a la escalada, además, está disparando la prima de riesgo de algunos países europeos. Y entre ellos, y de forma muy sensible, la de España.
Desde que el BCE anunció el fin de las compras de deuda y una modesta subida de los tipos del 0,25% en julio, las primas de riesgo española e italiana no han cesado de escalar. La española llegó ayer a los 140 puntos, cuando el pasado 2 de junio se movía cerca de los 113. El peligro no es menor. Porque una subida mayor, que se producirá durante los próximos meses con casi total seguridad, disparará aún más la prima.
¿Aumento de las pensiones?
La subida de la prima de riesgo es señal de la preocupación de los mercados por nuestro país. Y aunque el Tesoro ha hecho los deberes, lo cierto es que desde marzo paga cada vez más por la deuda a corto plazo. Frente a esa realidad, ¿cómo pretende el Gobierno mantener su promesa de un aumento de las pensiones ligado al IPC? ¿Y cómo recibirán los españoles el anuncio de que sus facturas de la luz y el gas subirán todavía más por el aumento de los impuestos que el Gobierno quiere aplicar a las energéticas?
A los inversores les preocupan cuatro aspectos de la economía española.
El primero es el excesivo endeudamiento del Estado.
El segundo, el escaso, por no decir nulo, interés del Gobierno en recortar gasto y ajustarse el cinturón en el sentido que exige la UE.
El tercero, la carencia de reformas estructurales como las que los actores internacionales, y también los empresarios y el sector financiero español, llevan reclamando desde hace años.
El cuarto, la escasa fortaleza de nuestra economía, que nos convierte en uno de los países menos productivos de la UE y, por lo tanto, en uno de los que más difícil tienen crecer al mismo ritmo que el resto de Europa.
Repetir los viejos errores
El dilema no tiene solución fácil. Porque el BCE debe afrontar problemas muy diversos (la situación española es parecida, pero no igual, a la italiana, y ambas son radicalmente distintas a la de los países frugales del norte) y ha de hacerlo sin que las medidas sean percibidas por los países que sí han hecho los deberes como "injustas".
Reducir la liquidez aumentando los tipos reducirá previsiblemente la inflación, pero a costa de convertir las condiciones financieras en una soga para España. Conviene, por tanto, que el Gobierno no confíe demasiado en el espejismo que se producirá este verano con las buenas cifras turísticas. Porque la economía española vivirá en otoño un shock que según los augurios más pesimistas podría ser muy similar al de 2008-2010.
Con todo, la inflación es sólo un síntoma de la verdadera enfermedad española, que es el alto endeudamiento y la falta de crecimiento. Y el Gobierno ha puesto todo su empeño en retrasar la adopción de las medidas, obviamente dolorosas, que necesita España.
Pero retrasarlas está agravando el problema y acercándonos a un punto de no retorno. Y ahí buena parte de la responsabilidad recae en un PSOE que está repitiendo, punto por punto, los mismos errores que cometió José Luis Rodríguez Zapatero en 2010. El principal de ellos, negar la crisis y confiar en sus propios castillos en el aire.