La política europea no da un solo respiro. En Alemania, el firme liderazgo de Angela Merkel fue reemplazado por el estilo errático de Olaf Scholz. Boris Johnson cayó por su atracción por el escándalo y la mentira. Emmanuel Macron revalidó la presidencia de la República. Pero su mandato se consume en cinco años y los populismos de Jean-Luc Mélenchon y Marine Le Pen andan al acecho.
Y ayer jueves presentó su dimisión el único hombre habilitado para arrancar el consenso de formaciones de izquierda y derecha en Italia: Mario Draghi.
Parece, efectivamente, un guion firmado por Vladímir Putin.
El expresidente del Banco Central Europeo presentó su dimisión, que no fue aceptada por el presidente de la República Italiana Sergio Mattarella, pero que probablemente desembocará en elecciones tras el verano, después de perder el apoyo del Movimiento Cinco Estrellas (M5S).
Su renuncia llega en el peor momento posible. A las puertas de una recesión temible, que en Alemania se teme que será la más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Con una inflación desbocada, agravada por las políticas expansivas de los últimos meses y la invasión rusa de Ucrania. Y con Europa condenada a una crisis energética sin precedentes por los cortes de suministro ordenados por el Kremlin.
El horizonte no es prometedor. Aunque todavía existe la posibilidad de que la formación del cómico Beppe Grillo rectifique y mantenga la alianza de Gobierno. Una alianza compuesta de cinco partidos y que dio lugar a un Ejecutivo de perfil técnico para gestionar la salida de la crisis pandémica y la ejecución de los fondos europeos.
Del pragmatismo a la impulsividad
Sin embargo, lo más plausible es que Hermanos de Italia, partido de raíces fascistas y homologable a Vox, sea el gran beneficiado en esta crisis. Primero, porque ha sido el principal grupo de oposición durante los 17 meses de gestión de Draghi, tras tomar la arriesgada decisión de mantenerse al margen del Gobierno de concentración.
Segundo, porque todo parece indicar que los italianos irán a elecciones después de verano y con los sondeos vaticinando una realidad inquietante. La de que la romana Giorgia Meloni, euroescéptica y admiradora del pasado fascista del país, es la mejor colocada para suceder a Draghi.
Nadie olvida la estampa de Draghi en el Museo del Prado, lejos de sus compañeros de la OTAN, pegado al teléfono y obligado a adelantar su regreso a Roma.
El quiebro del M5S es difícil de explicar. ¿No habría sido más sensato agotar el año restante hasta las generales manteniendo una posición crítica, pero discreta? ¿Qué ventaja saca la formación con esta decisión? ¿En qué beneficia a los italianos en el contexto de inestabilidad actual?
Salta a la vista que la política italiana ha vuelto a ofrecer otro de sus viajes pendulares desde el pragmatismo a la impulsividad, desde la tranquilidad al caos. Queda la esperanza de que el rechazo de la renuncia por parte del presidente Mattarella compre algo de tiempo. De que Draghi obtenga una alternativa parlamentaria que no pase por el M5S.
Lo contrario sería un triunfo para el nacionalismo de Meloni y para los enemigos de Occidente, y una derrota para la Unión Europea, huérfana de líderes serios, bregados y a la altura de los urgentes desafíos económicos, políticos y territoriales que se avecinan.