Es difícil no estar de acuerdo con las proclamas de Nancy Pelosi a favor de la democracia y en contra de las dictaduras y de los riesgos que suponen para la causa de la libertad países como China o Rusia. Pero incluso proclamas tan irrefutables como esas tienen un tiempo y un lugar. Además de una escenografía adecuada a las circunstancias.
Y, de hecho, ni siquiera los medios más afines al Partido Demócrata americano, como el Washington Post o el New York Times, han apoyado a tumba abierta la gira de la presidenta de la Cámara de Representantes americana por Asia. La palabra más citada en ellos ha sido, de forma llamativa, la de "inoportunidad".
Ni siquiera parece estar confirmado que la gira de Pelosi haya sido apoyada por Joe Biden. Un hombre de 79 años obligado a batallar por el rumbo de la política exterior americana con una mujer de 82 cuyo único interés en Taiwán parece ser el de asegurarse un resultado favorable en las elecciones del próximo otoño. El despropósito, con tintes de comedia bufa, sería grotesco si no fuera tan peligroso.
Y ello por las razones que ya explicamos en un editorial anterior de EL ESPAÑOL. La evidente sobrerreacción de China no debe hacernos olvidar que la diplomacia internacional es un arte y que la distancia entre el apaciguamiento y la prudencia, y entre la cobardía y la inteligencia geoestratégica, es más amplia de lo que parece.
Prueba de que la gira no ha sido percibida como conveniente ni siquiera por los mejores aliados de Estados Unidos en la región lo demuestra el hecho de que el presidente surcoreano ha rechazado reunirse con Pelosi con la excusa de encontrarse de staycation, un término que puede traducirse como "vacaciones en casa".
Músculo militar chino
China continuó ayer mostrando músculo militar con unas maniobras navales destinadas a demostrar la intrínseca vulnerabilidad de la isla de Taiwán y que se desarrollaron sobre aguas territoriales taiwanesas. Mientras tanto, Pelosi llegaba a Japón, donde hoy viernes mantendrá reuniones con el primer ministro, Fumio Kishida, y con el presidente de la Cámara de Representantes, Hiroyuki Hosoda.
En la primera de esas reuniones, Kishida y Pelosi tienen previsto "profundizar en los lazos bilaterales" y discutir "desafíos comunes". Y entre esos desafíos, el de un Indopacífico libre en el contexto de un cada vez mayor expansionismo chino.
Las sutilezas de los protocolos y de los gestos diplomáticos, sin embargo, han volado por los aires con la gira de Pelosi. Porque a nadie se le escapa que la presidenta de la Cámara de Representantes, que visitó Tiananmen hace 31 años para "homenajear" a las víctimas de la matanza de 1989, era perfectamente consciente de la posibilidad de que Pekín considerara su visita a Taiwán como un cambio en el statu quo de la isla.
Y esa decisión, la de cambiar el statu quo de la isla en su relación con los Estados Unidos, no le corresponde a ella, sino al presidente de la nación. Es decir, a Joe Biden.
Extrema inestabilidad
La escalada bélica que pueda producirse a partir de ahora de forma unilateral por parte de China será atribuible únicamente a Pekín y a las decisiones de Xi Jinping. Pero esa obviedad no debe hacernos olvidar que Nancy Pelosi ha sido poco menos que irresponsable llevando a cabo una gira en la que había poco a ganar y mucho a perder.
El escenario geopolítico hoy es de una extrema inestabilidad. Y no sólo por la invasión de Ucrania por parte de Rusia o por la inestabilidad financiera y energética. Por eso no se comprende la insistencia de Pelosi en visitar Taiwán en el preciso momento en que el presidente chino se juega la renovación de su mandato por tercera vez.
Como recuerda el diario Washington Post, el mundo ya vivió una crisis taiwanesa similar a la actual en 1995. La crisis se inició por la visita del presidente taiwanés a la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, y duró ocho meses en los que China disparó, como ahora, misiles de forma intimidatoria en el espacio territorial taiwanés. La crisis sólo acabó cuando Clinton ordenó un amenazador despliegue naval en la zona.
Hoy, China es mucho más fuerte económica y militarmente de lo que lo era en 1995. Y eso convierte la visita de Pelosi en especialmente imprudente y poco meditada.
Quizá China y Estados Unidos estén destinados en el futuro a un conflicto de algún tipo, no necesariamente militar, que determine cuál será la superpotencia hegemónica durante el próximo siglo. Si ese es el caso, será tarea del presidente americano escoger el cómo y el cuándo de esa confrontación. No de Pelosi.