Alemania, hasta ahora uno de los países más dependientes de los hidrocarburos rusos, ha puesto toda la carne en el asador para amortiguar el 'invierno energético'. Olaf Scholz anunció ayer un nuevo paquete de ayudas de más de 65.000 millones para hacer frente a la decisión de Moscú de cortar de manera indefinida el suministro de gas a Europa.
El canciller alemán ha logrado arrancar a la coalición de su gobierno una batería de medidas que riman con algunas de las que ya ha aprobado el Ejecutivo de Pedro Sánchez. Tal es el caso de los abonos reducidos y las subvenciones para el transporte público o el descuento temporal de los carburantes.
Para financiar estas medidas, Scholz también parece haber seguido el ejemplo español. El alivio para los hogares alemanes de la factura eléctrica y del aumento del coste de la vida por la inflación se hará a costa de un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de las eléctricas.
Cambio en la UE
Las medidas alemanas y españolas están en la línea de las recomendaciones de la Comisión Europea. El ejecutivo comunitario está impulsando el impuesto a los 'beneficios caídos del cielo', la intervención del mercado eléctrico y la financiación comunitaria de la mejora de las interconexiones.
Este giro intervencionista y social de la política energética y económica de la UE y los países miembros dan muestra de que el nuevo paradigma del "fin de la abundancia" que profetizó Macron requiere de una respuesta diferente a la que los poderes públicos han dado en otras crisis.
La UE ha continuado con la tónica adoptada para capear la pandemia, marcada por la relajación de las normas fiscales y el aumento de gasto comunitario para ayudar a la recuperación. Aunque tarde, la Unión ha sabido ver que el chantaje energético del Kremlin requiere una redefinición estructural de un modelo energético erróneo.
Los países miembros están haciendo un esfuerzo considerable para alejar la amenaza del racionamiento para el invierno, si los suministros no son suficientes para cubrir la demanda. Algo que podría suceder incluso después de haber reducido la dependencia del gas ruso del 40 al 20%, estar cerca de llenar los depósitos al 80% de su capacidad, o haber encontrado proveedores alternativos y avanzado hacia la importación de GNL estadounidense. Los expertos menos triunfalistas coinciden en señalar el 15% ahorro del consumo de gas como una prioridad.
Liderazgo alemán
Gazprom ha justificado el cierre del Nord Stream I por unas labores de mantenimiento, que según Siemens, no tendrían por qué afectar el funcionamiento de la tubería. A nadie se le escapa que el corte del gasoducto responde a una represalia del Kremlin. Una respuesta a la decisión del G7 del pasado viernes de imponer un tope al precio de las exportaciones de petróleo ruso, y a la amenaza de la Comisión Europea de hacer lo propio con el gas.
Putin, en su persecución de una 'guerra híbrida', está empleando el grifo de gas como arma para castigar el apoyo europeo a Ucrania. Un agravamiento de la crisis energética que, ante todo, pone en peligro a la industria alemana.
De ahí que Scholz se haya apresurado a intentar mejorar la resiliencia de la economía de la locomotora europea, para evitar una recesión que arrastraría previsiblemente al resto de países de la eurozona. El canciller está impulsando una ambiciosa estrategia política (el Zeitenwende o "punto de inflexión") para adaptar su economía al nuevo escenario mundial que ha creado la guerra de Ucrania.
Esta revisión de largo alcance de su política económica, energética y defensiva ha venido acompañada por una mayor implicación en la integración europea que durante la era Merkel. En su histórico discurso en Praga del 29 de agosto, el canciller propuso importantes medidas de calado para la reforma de los tratados europeos.
La invasión de Putin ha galvanizado el liderazgo alemán en Europa. La renovada proactividad alemana evidencia que Scholz ha tomado el relevo de Francia en el impulso del proyecto europeo que Macron se arrogara en su discurso de la Sorbona de 2017.
Y después de que Francia haya demostrado durante esta crisis que su política europea se define siempre con base en su interés nacional, Alemania ha asumido el papel de capitán de la nueva soberanía europea. Un mayor compromiso en cuyo impulso España ha tenido una influencia no menor.