Florentino Pérez ha aprovechado la Asamblea de compromisarios del Real Madrid de este domingo para volver a hacer campaña a favor de la Superliga Europea. Defendió la pertinencia de este transformador proyecto de competición apelando a la mala salud del fútbol actual y a la necesidad de reenganchar a las nuevas generaciones al deporte rey.
Para hacerlo, ofreció a modo de ilustración el caso del tenis, que ha podido dar "grandes partidos" a lo largo de los últimos años en mucha mayor medida que el fútbol. "Nadal y Federer se han medido más de 40 veces. Sin embargo, Madrid y Liverpool sólo se han enfrentado nueve veces en 67 años. Si las normas del fútbol europeo [UEFA] se extrapolasen a otros deportes, apenas habríamos visto a Nadal y Federer tres veces en todos estos años", dijo.
Los argumentos del presidente del Real Madrid son difícilmente refutables. La tendencia apunta a que el fútbol interesa cada vez a menos gente. Especialmente a las nuevas generaciones, que recurren a otras formas de entretenimiento como las plataformas de streaming o los videojuegos. Una tendencia agravada por los desorbitados precios de las entradas y las tarifas prohibitivas de las suscripciones de pago para ver el fútbol.
El establishment del fútbol internacional, negándose a explorar nuevos formatos para las competiciones deportivas, está cerrando los ojos ante la realidad: bajo el esquema actual de torneos, se multiplica la frecuencia de partidos de equipos pequeños que no consiguen generar el interés que hay en otras ligas como la Premier inglesa.
Apenas unos días antes del discurso de Florentino Pérez, en España se daba un paso importante para desbloquear una Superliga congelada desde que algunos de los clubes fundadores se retiraran de la organización, cediendo ante la feroz presión de la UEFA y las ligas nacionales, e incluso de algunos gobiernos.
PP y PSOE retiraron de forma conjunta el pasado miércoles una enmienda que 'protegía' a la liga española dificultando la licitación de nuevas competiciones. Este viraje se traduce, en esencia, en una pérdida de poder de la Real Federación Española de Fútbol y LaLiga para denegar la licencia deportiva y federativa a los clubes.
Por eso, el presidente de LaLiga, Javier Tebas, cargó contra PP y PSOE desde su cuenta de Twitter por "dañar" al fútbol español "para beneficiar a dos". Una pataleta que es expresión de la resistencia de LaLiga y la Real Federación Española de Fútbol a perder sus privilegios.
La tenacidad de Florentino Pérez y Joan Laporta es el principal soporte de un proyecto que sigue vivo. Y que está a la espera del fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre el monopolio de la UEFA en el fútbol continental, que podría cambiar el futuro de las competiciones profesionales en Europa. El fallo del TJUE, si es favorable para los intereses de la Superliga, podría negarle también a la UEFA la potestad de impedir que jueguen sus competiciones los equipos que participen, además, en la Superliga, o para imponerles sanciones.
El argumento que los detractores de la Superliga suelen esgrimir es que este nuevo formato privilegiaría a los grandes equipos en detrimento de los clubes más modestos.
Pero ¿qué hay del lema "el fútbol es de los aficionados" en la hipócrita postura de la RFEF, contraria a la Superliga después de haberse embolsado 24 millones de euros por llevarse la Supercopa de España a Arabia Saudí?
¿Qué hay de la igualdad económica y de la solidaridad entre los clubes en la modificación de las reglas del Fair Play Financiero por la UEFA tras la presión de los grandes clubes?
Porque lo cierto es que, bajo las actuales normas del fútbol europeo, los todopoderosos clubes-Estado juegan con reglas distintas. El exigente control financiero que traería la Superliga impediría que los equipos ingresen más de lo que generen. Un sistema más justo que acabaría con la posición dominante de los clubes-Estado y que permitiría una competición en igualdad de condiciones.
No es de extrañar que el más furibundo boicoteador de la nueva competición sea Nasser Al-Khelaifi, miembro del Comité Ejecutivo de la UEFA y presidente de uno de esos equipos-Estado, el Paris Saint-Germain. Un PSG propiedad de Qatar, que no por azar será la sede del próximo Mundial.
¿Qué credibilidad tiene Al-Khelaifi para erigirse como salvador del fútbol europeo, cuando su país le ha vendido a la FIFA el Mundial de la vergüenza? Un trofeo manchado por la muerte de operarios durante la construcción de los estadios y que ha alterado a su antojo y de forma lesiva para los jugadores el calendario de las grandes competiciones europeas.
No parecen tener problema los jerarcas europeos con que la Copa del Mundo se celebre en un país que viola sistemáticamente los derechos humanos. Más dignidad ha mostrado la selección de Dinamarca, que ha adoptado una equipación especial en señal de protesta. Un boicot al que se han sumado varias ciudades francesas importantes, anunciando que no instalarán pantallas para seguir los partidos del Mundial.
La sentencia del TJUE dirá si las sanciones que quiere imponer la UEFA sobre los clubes 'díscolos' pueden hacerse con arreglo al derecho europeo, o si constituirían un abuso de posición dominante.
Hasta entonces, los aficionados deben persuadirse de que la Superliga es un formato que pretende adaptar al fútbol al siglo XXI para aumentar los ingresos, la calidad y el número de espectadores en Europa. Un torneo que no pretende nada más que seguir los pasos de una Euroliga de baloncesto que ya potencia los enfrentamientos entre los grandes, y que es referencia y un caso de éxito en Europa.
Una competición orientada sencillamente a celebrar más partidos entre los mejores clubes, y que generará más afición y un mayor volumen de negocio.