La eliminación de la Selección Española del Mundial de Qatar a manos de Marruecos podría tildarse de decepcionante si no fuera porque el combinado de Luis Enrique nunca despertó demasiadas ilusiones. El progresivo desfondamiento del equipo desde la goleada de la primera jornada, y su agónico pase a octavos de final, hacían difícil albergar esperanzas sobre la capacidad de este once sin pulso para llegar a las últimas fases de la clasificación.
Pero el pésimo partido vivido este martes en el Education City Stadium ha resultado exasperante hasta para el más fiel de los entusiastas de Luis Enrique. España sólo acertó a disparar dos veces entre los tres palos en 120 minutos. Y no fue capaz de transformar en gol ni uno solo de los tres penaltis que llegó a lanzar durante la tanda.
El ridículo de nuestra Selección adquiere la dimensión de histórico si se atiende a que su rival no era ni mucho menos una potencia futbolística. Sencillamente, los marroquíes supieron amoldarse al previsible esquema de juego español, ese sucedáneo impotente del que aplicaba Cruyff como entrenador y que su heredero se vanagloria de imponer al rival. La Selección marroquí demostró que, al contrario de lo que asume el catecismo del entrenador español, tener la posesión de la pelota no equivale, sin más, a tener dominio del juego.
Balance nefasto
Luis Enrique es el gran señalado en esta derrota en la medida en que sus decisiones no sirvieron para superar el bloqueo. Sacó del campo a Marco Asensio y a Gavi, los dos mejores hasta el momento. E hizo lo mismo con Nico Williams al término del tiempo reglamentario, cuando junto con Álvaro Morata había sido el único revulsivo durante la segunda parte y la prórroga.
El balance durante el Mundial de Qatar de este entrenador arrogante e inmune a la autocrítica no puede ser más pobre. Dos derrotas, un empate y una victoria ante Costa Rica. Desde que se hizo cargo del combinado nacional, Luis Enrique solo ha ganado dos partidos y ha mandado al equipo a cuatro prórrogas.
Pero es que la Selección lleva tres Mundiales seguidos sin llegar a cuartos de final. Desde que la generación dorada del fútbol español triunfase en Sudáfrica 2010, los nuestros sólo han ganado tres partidos: a Irán, a Australia y a Costa Rica.
La languidez de este equipo anodino va mucho más allá de su actuación en el tedioso partido de hoy y de su paso por Qatar, donde ha sido la gran derrotada junto a Alemania. La falta de grandeza de esta Selección trasciende la dimensión meramente deportiva, y es el correlato de la falta de carácter de un equipo que ostenta la representación de todo un país. Hay que recordar que los de Luis Enrique son el único de los grandes equipos europeos que no ha hecho ni un solo gesto de denuncia ante las circunstancias que rodean a este ignominioso Mundial de Qatar.
La ausencia de una identidad reconocible como grupo deportivo es la expresión de la falta de beligerancia en la defensa de los valores que deberían definir la identidad nacional española. Pero qué se va a esperar cuando ni siquiera se atreven a definirse como España y se refugian en el eufemismo de La Roja. La participación en un torneo de selecciones nacionales presupone también la obligación de cada equipo de proyectar, dentro y fuera del campo, un conjunto de principios idiosincrásicos.
Sin identidad ni actitud
Todo esto en un torneo hijo de la corrupción como el de Qatar, cuyas circunstancias requerían particularmente que la representación española esgrimiese sus valores democráticos e igualitarios. Y máxime cuando el Gobierno de la nación hace bandera ostentosamente de la defensa de todos esos principios. Por eso resulta muy desalentador que ni en el palco, ni en la concentración ni en las declaraciones de los jugadores haya podido apreciarse el menor ademán contestatario frente a un régimen retrógrado que les niega a las mujeres, a los homosexuales y a los trabajadores extranjeros la condición misma de humanidad.
El carácter timorato de esta Selección tuvo su máxima expresión en la alicaída actitud de los jugadores en la tanda de penaltis, con el ánimo desmoronado tras el fallo de Sarabia. Los únicos valores que proyecta este equipo son los del conformismo y la resignación. Basta con comparar la tibieza de nuestros jugadores con el carácter guerrero de Marruecos. Un equipo que desde el pitido inicial reflejó el sueño de todo un pueblo, con un grupo luchando hasta la extenuación para hacer historia y alcanzar un hito nacional.
El gran responsable de que no se haya fraguado una identidad colectiva es el técnico, que con sus ansias de protagonismo ha intentando suplir la carencia de estrellas en el vestuario con su sobreexposición desde el banquillo. El único líder de este equipo ha sido Luis Enrique, que con su exigencia de "morir con el estilo" ha alumbrado un conjunto sin alma, sin moral de victoria, atenazado por los nervios y constreñido por el sistema inflexible de su entrenador.
La única forma de que España recupere la fe perdida desde 2010 pasa por que la RFEF no renueve el contrato a Luis Enrique. Las próximas convocatorias deben estar lideradas por un seleccionador que sea capaz de catalizar los valores nacionales y de hilvanar una identidad colectiva reconocible.
La próxima generación de futbolistas no puede contentarse con ir a las citas internacionales 'solo' a jugar al fútbol. El ejemplo antitético de la Selección Española de Baloncesto marca la senda hacia el éxito: espíritu competitivo, identidad fuerte y valores inquebrantables.