Con la aprobación definitiva de la Ley Trans hoy en el Congreso de los Diputados se consuman una ruptura y una rendición.
La ruptura es la que divide al feminismo por la libre autodeterminación de género, que con la nueva norma queda legalizada. La cara visible de la disidencia del feminismo clásico ha sido la exvicepresidenta Carmen Calvo, que volverá a abstenerse pese a haber sido expedientada el pasado diciembre por lo mismo.
Calvo es la única de ese feminismo ortodoxo del PSOE que se ha mantenido firme en su postura. El resto de diputadas que participaron en las movilizaciones contra la Ley Trans votarán a favor, acatando la disciplina de partido. Las elecciones se acercan y nadie quiere arriesgarse a que su nombre no salga en las próximas listas.
Esto parece explicar el insólito olvido del PSOE de aquellas enmiendas que presentó en un primer momento para calmar al sector feminista crítico. El mismo que se sintió traicionado cuando las socialistas dieron su sí para aprobar la Ley Trans tal y como fue redactada por el Ministerio de Igualdad, sin incluir ninguna de sus correcciones.
El PSOE quiso evitar la riña con sus socios populistas y abdicó de su solemne defensa de la "seguridad jurídica de los menores". También dejó de preocuparse por la posibilidad de que la Ley Trans acabe tumbada por el Tribunal Constitucional.
Una vez más, los socialistas antepusieron la continuidad de la coalición de Gobierno a la factura técnica de sus leyes. Por eso, muchos temen que lo ocurrido con la chapuza del 'sí es sí' se repita ahora en la Ley Trans.
Algo similar, de hecho, le ha sucedido al que fuera el proyecto estrella de Pablo Iglesias (como el 'sí es sí' lo es de Montero). Moncloa anunció ayer que reformará la Ley de Infancia tras haber detectado un error en la redacción que afecta a la prescripción de los delitos "graves" sobre los menores.
¿Va a volver a priorizar Pedro Sánchez criterios electoralistas frente a la integridad de las potenciales víctimas de una legislación deficiente? El PSOE, a merced de Podemos y los separatistas, y reacio a aceptar la mano tendida del PP, se vuelve a meter él mismo en la boca del lobo.
Esta deslealtad del PSOE a sus propios principios por una incomprensible lealtad a sus sostenes parlamentarios es consecuencia de la nefasta decisión de entregarle la autoridad moral y el liderazgo en materia feminista a Unidas Podemos.
Pero la aprobación de la Ley Trans también consuma la rendición de los socialistas a los planteamientos radicales de los morados. Porque aunque Sánchez se ha dejado arrastrar en múltiples ocasiones por la pulsión populista, es la primera vez desde aquel 'pacto del insomnio' con Pablo Iglesias que la capitulación del socio mayoritario es total.
Al menos, Sánchez se ha plantado en la Ley de Vivienda de Ione Belarra, rechazando el control de los precios del alquiler. También en la Ley de Bienestar Animal, donde ha sido Podemos quien ha cedido, anunciando que votará a favor pese a que se dejen fuera de la ley los perros de caza.
Pero el PSOE no quiere ahora que el grave cisma interno se agrave con una fractura en la coalición. Al fin y al cabo, la ley del 'sí es sí' no había generado división entre las dos patas del Gobierno hasta el momento de su revisión. Para evitar una nueva colisión, Sánchez culmina hoy su mayor concesión al radicalismo: respaldar la autodeterminación de género.
Y este respaldo cuando la primera ministra escocesa acaba de dimitir, en gran parte, debido a la indignación que generó su proyecto de ley trans, que es más restrictiva que la de Montero.
Resulta evidente, aunque no por ello menos insólito, que Sánchez siga atemorizado frente al lobo feroz de Irene Montero, quizá la peor de todos los ministros de su gabinete, y desde luego la menos valorada por los españoles. La paradoja está a la vista. El 'gobierno Frankenstein' ha escapado definitivamente al control de su creador.