Cuando va camino de cumplirse un año de la invasión de Ucrania, la amenaza representada por la beligerancia de la Rusia de Putin podría haber desviado el foco mediático de un peligro para el orden internacional aún mayor.
Procede recordar que en la Cumbre de Madrid de junio del año pasado, la OTAN no solo pasó a considerar a Rusia "la amenaza más importante y directa para la seguridad de los aliados y para la paz y la estabilidad en la zona euroatlántica". También incluyó una mención a China, advirtiendo de que las ambiciones del gigante asiático "desafían nuestros intereses, seguridad y valores".
A medida que avanza la guerra se hace más evidente que se está incubando un nuevo orden mundial bipolar en el que China disputará a Estados Unidos la hegemonía global.
La guerra comercial entre las dos superpotencias se ha reavivado, con ambos países implicados también en una carrera armamentística conocida como la guerra de los microchips que está arrastrando consigo a los países europeos. La crisis de los globos, desatada por los artefactos de espionaje que han invadido el espacio aéreo norteamericano en las últimas semanas, es la mejor prueba de la escalada de la tensión diplomática entre China y EEUU.
De hecho, Antony Blinken aprovechó su reunión del sábado en la Conferencia de Seguridad de Múnich con el máximo responsable de la diplomacia china para lanzar una contundente advertencia a su competidor: Pekín no debe suministrar material de ayuda a Rusia. La confrontación, al menos dialéctica, es ya abierta.
Aunque hay señales que apuntan a una próxima intensificación de la ofensiva en primavera, hasta ahora la guerra de Ucrania ha mostrado bastantes similitudes con la Primera Guerra Mundial. Un conflicto estancado en trincheras casi inamovibles y convertido en una sangría que no se traduce en avances significativos.
La de Ucrania también ha evocado remembranzas de la Segunda Guerra Mundial. O, más bien, de la posguerra, con un retorno a la geopolítica de bloques. Esta nueva Guerra Fría (que enfrenta a EEUU con China, y no con Rusia) no se está configurando tanto en torno al eje capitalismo/comunismo. Sino, más bien, como un enfrentamiento entre las democracias liberales y los regímenes autoritarios e imperialistas.
Pero, sobre todo, la guerra de Putin podría ser el detonante de una Tercera Guerra Mundial.
Enterrada la posibilidad de una salida diplomática al conflicto, Rusia está condenada a un contraataque total con el objetivo de borrar a su vecino del mapa. Esto, a su vez, ha alentado que los países occidentales hayan redoblado su apoyo militar a Kiev. Y la presencia del tercero en discordia chino ha forzado una mayor implicación de EEUU.
La guerra de Ucrania ha pasado así a adquirir una importancia existencial para los americanos. Como ha aseverado el historiador Emmanuel Todd, "el enfrentamiento tiene que acabar en el hundimiento de uno de los dos [Rusia o EEUU]".
Con el aumento de la participación de EEEUU en la guerra, lo que era un conflicto territorial circunscrito a una pugna esencialmente económica entre Europa y Rusia se ha mundializado. La expansión de la OTAN y la extensión de la guerra a otras latitudes (con la desestabilización rusa de África y sus amenazas sobre Moldavia) también han contribuido a hacer de la invasión de Ucrania un conflicto global que, según Todd, ya ha comenzado.
En palabras de Pierre Lellouche, expresidente de la Asamblea parlamentaria de la OTAN, "los aliados, detrás de EEUU, han decidido aceptar el riesgo de deslizarse irremediablemente hacia la cobeligerancia y de una confrontación cada vez más directa con las fuerzas rusas".
No parece descabellado afirmar que nos asomamos a los primeros pasos del marco geopolítico del siglo XXI. Teniendo esto en cuenta, el apoyo sin apenas fisuras de los europeos a Volodymyr Zelenski, y su optimismo ante la resistencia ucraniana, no debería hacer olvidar el hecho de que dos tercios de la población mundial vive en países que son neutrales o prorrusos ante la guerra de Putin.
La prudencia diplomática y la pericia estratégica de los socios atlánticos serán fundamental para evitar el lúgubre escenario de una nueva Guerra Mundial. No dejemos que Taiwán se convierta próximamente en la Ucrania de China.