Sorprende que Pedro Sánchez, un presidente que ha hecho de la retractación constante y de la rectificación pragmática sus leitmotivs, no se haya comprometido, siquiera nominalmente, a romper sus pactos con Bildu, tal y como le ha emplazado este martes Alberto Núñez Feijóo en su último debate en el Senado.
Sánchez podría haberse amparado nuevamente en el argumento de que las circunstancias han cambiado, siendo imposible ensayar otra fórmula de gobernabilidad. Argumento que en cualquier caso sería falaz, pues podría explorarse un acuerdo entre PP y PSOE para condenar al ostracismo tanto a los independentistas como a los radicales de Vox.
Pero en lugar de haber buscado analogías en el presente, Sánchez se ha remontado, para legitimar su política de alianzas con un partido que lleva 44 etarras en sus listas, a 1998. Y lo ha hecho para buscar en la hemeroteca momentos en los que el PP habría "utilizado el terrorismo y el dolor de las víctimas", como los intentos de negociación de José María Aznar con ETA en 1998 (recordando que les llamó "movimiento vasco de liberación"), el acercamiento de presos o el 11-M.
Sánchez podría haber impostado una recuperación que aquellos mismos escrúpulos que dijo tener hacia Bildu cuando insistía en que no pactaría con ellos. Y, sin embargo, se diría que por tozudez, se ha negado a ceder un solo centímetro ante Feijóo.
En su obstinación, el presidente perjudica a sus candidatos autonómicos, que llevan días intentando desasirse de la imagen de un partido que saca rédito político de los legatarios de ETA.
En ese sentido, es absurdo que Sánchez siga insistiendo en el argumentario de la reinserción democrática de los exetarras. El PP ha aceptado el marco de juego que definió Sánchez al diferenciar entre lo legal y lo moral. Y más allá del pronunciamiento de Isabel Díaz Ayuso a favor de la ilegalización de los aberzales, Feijóo no cuestiona la rehabilitación de los derechos políticos de los terroristas que cumplieron sus penas.
Lo que está haciendo el PP con esta baza electoral que le ha regalado el PSOE es poner a Sánchez ante la paradoja de tomar como socio preferente a una formación cuyos candidatos el presidente considera "indecentes". Porque, aunque el Gobierno niegue tener "ningún pacto" con Bildu, lo cierto es que los ha integrado en una aritmética parlamentaria en la que se han convertido en imprescindibles para sacar adelante iniciativas como la Ley de Vivienda, la Ley de Memoria Democrática o la reforma laboral.
Sánchez no es responsable de la legalización de los herederos de ETA. Pero sí ha llevado a cabo una activa labor de normalización de la izquierda aberzale, levantando el cordón sanitario del que nunca debieron salir. De ahí que no le falte razón a Feijóo cuando le ha reprochado al presidente que "ha sido más cruel con mi partido que con Bildu".
Pero el PSOE ha vuelto a perder la oportunidad de desvincular sus siglas de las de un partido que no reniega de su pasado violento ni de su ideal secesionista, por mucho que haya entrado en el juego democrático.
De hecho, Arnaldo Otegi defendió el lunes que sus listas llevaran "asesinos" porque al menos no incluían a "corruptos", como las del PSOE y el PP. Por eso ahora resulta tan cínica su celebración de que los siete condenados por delitos de sangre vayan a renunciar a su acta de concejal si salen elegidos.
Porque aún permanecen en las candidaturas los otros 43 condenados por participación directa o colaboración con la banda terrorista. Además del propio Otegi, como coordinador general de EH Bildu, también condenado por terrorismo. Si realmente quiere avanzar hacia un "futuro en paz y libertad", es él la primera rémora del pasado que debería echarse a un lado.
Todo esto no es óbice para reconocer que el PP se equivocaría si pretendiera seguir estirando este asunto de forma monotemática los diez días que restan de campaña. Al igual que se equivocó ayer Feijóo cuando acusó a Sánchez, en un exabrupto impropio de él, de ser "una gran esperanza electoral" para "violadores y pederastas, sediciosos, corruptos, okupas y ahora también para los que iban con pasamontañas y pistolas".
Pero lo que no es cierto es que el PP, como afirman los socialistas, recurra a ETA como comodín "cuando no tiene nada que decir". Feijóo se ha limitado a retratar las contradicciones de Sánchez y su incapacidad para corregir el rumbo de su régimen de pactos. Y con la renuncia de los siete etarras (que probablemente no se habría producido sin la encomiable presión de las asociaciones de víctimas), los populares han podido anotarse un modesto tanto en esta carrera electoral.