No hace falta demasiada perspicacia para darse cuenta de que algo ha cambiado en la campaña del PP esta semana. Si el lunes Alberto Núñez Feijóo aceptó finalmente celebrar un debate cara a cara con Pedro Sánchez, ayer martes el PP filtró a cuatro medios, entre ellos EL ESPAÑOL, la cantidad recibida por el presidente popular durante los nueve primeros meses de 2020 en concepto de gastos de representación (39.260 €). Lo hizo después de que Feijóo afirmara a primera hora de la mañana que sólo confesaría su sueldo en el PP cuando dejara el Senado y no en el plazo fijado por el PSOE.
Feijóo acertó al rectificar pocas horas después y el PP despeja así en sólo 24 horas dos de los principales obstáculos que se interponían en su camino a la Moncloa: las dudas sobre el sueldo de Feijóo y su presunta renuencia a enfrentarse cara a cara en un debate televisado con el presidente del Gobierno.
El tercer obstáculo, tras la polémica generada por el acuerdo de coalición con Vox en la Comunidad Valenciana y los desacuerdos entre María Guardiola y los de Santiago Abascal en Extremadura, pareció ayer encauzarse también con el pacto que permitirá al PP gobernar en solitario en Baleares y, probablemente, Aragón.
La incógnita sigue por tanto abierta en Murcia y Extremadura. Pero el encauzamiento de Baleares y de Aragón le concede un enorme respiro a un PP que parecía estar sufriendo de más durante los últimos días por su incapacidad para definir su relación con Vox. Todo lo contrario de un Pedro Sánchez que se ha echado la campaña a la espalda y que parece estar en un estado de efervescencia que le lleva a aceptar incluso entrevistas en podcasts para adolescentes como el de La Pija y la Quinqui.
Feijóo ha hecho por tanto lo correcto. El daño generado por la sensación de falta de transparencia respecto a su salario era mucho mayor que el que hará la revelación de un salario (en sentido estricto, gastos de representación) que ni por asomo puede considerarse una cantidad desorbitada.
Y la negativa a acordar al menos un debate con Sánchez también estaba perjudicando más a Feijóo, por la imagen de inseguridad que transmitía, que el hecho de que Sánchez pudiera derrotarle en un debate cuyo impacto en el voto de los españoles es extraordinariamente dudoso, por no decir casi nulo.
Pero lo que más estaba perjudicando al PP era la sensación de que Feijóo se estaba limitando a esquivar torpemente, sin lograrlo, las polémicas que el PSOE había diseminado por el escenario político, así como las que él mismo generaba por su renuencia a ejercer el mando único en las negociaciones con Vox en Murcia, Comunidad Valenciana, Baleares, Aragón y, sobre todo, Extremadura.
Y esa falta de liderazgo, provocada quizá por el miedo a cometer errores no forzados, le estaban dejando al PSOE el campo expedito para hacer la campaña que le conviene a Sánchez: una en la que el foco no esté puesto en él, sus alianzas y sus decisiones políticas, sino en la oposición.
El PP parece haberse dado cuenta de que no es posible ganar una campaña electoral por incomparecencia y limitándose a gestionar su ventaja en los sondeos. Quizá la diferencia que separa hoy a Feijóo de Sánchez sea ya insalvable, pero el PP no sólo está luchando para vencer en votos al presidente del Gobierno, sino también para conseguir un número suficiente de escaños que le permita gobernar sin la hipoteca de Vox.
Y para eso, Feijóo debe demostrar capacidad de liderazgo y de reacción. Algo que los españoles no habían visto hasta este lunes.