Pedro Sánchez está intentando convertir su derrota en el 23-J en una victoria forzando una interpretación inverosímil del veredicto de las urnas. En un vídeo publicado este lunes en su cuenta de Twitter se ha presentado como el auténtico ganador de las elecciones, porque "quienes proponen la derogación y el retroceso no son mayoría".
El problema es que esta inferencia no es válida porque parte de una premisa falsa. Sánchez da por hecho que la suma alternativa que impide formar Gobierno a Alberto Núñez Feijóo comparte una unidad programática e ideológica en sintonía con la "coalición progresista".
Pero es evidente que nada tienen que ver los electores del PSOE con los de Bildu. Y no digamos con los del PNV o los de Junts, con los que los socialistas ni siquiera guardan cercanía en el espectro político. Por eso, no cabe hablar de una "mayoría social" como la que invoca el líder socialista.
Por otra parte, difícilmente puede argüirse que los partidos independentistas, cuyo objetivo es la desaparición de España, estén alineados con el PSOE y Sumar en el propósito de que el país "siga avanzando".
En su exposición, Sánchez también dice que "toca ahora traducir esa mayoría social en una mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados". Sin embargo, la conversión de la voluntad de los electores en escaños ya está hecha. Ese es precisamente el sentido de las elecciones y del sistema electoral mediante el cual se asigna el número de diputados en correspondencia con el porcentaje de votos.
Además, asegura que "el mensaje de las urnas" es "un pronunciamiento claro" de que "el dúo PP y Vox" ha sido derrotado. Otra asimilación distorsionadora que busca reducir a una identidad lo diferente para sostener una dicotomía de brocha gorda.
Porque la máxima concurrencia de intereses entre PP y Vox que podrá atestiguar Sánchez es la reunión que mantuvieron Feijóo y Santiago Abascal tras el 23-J. Una conversación perfectamente normal como la que cabe suponer habrán sostenido los equipos del PSOE y Sumar. Por lo demás, y como acreditan los hechos antes y después de las elecciones, PP y Vox no son lo mismo. Al contrario que PSOE y Sumar, que sí se han presentado como una dupla.
La crisis política que atraviesa España sería mucho más llevadera si los líderes de los grandes partidos asumieran que, en un cierto sentido, han ganado los dos y también han perdido los dos, cada uno a su manera.
Tan fuera de la realidad está que Feijóo se empecine en proclamar su derecho a gobernar sólo por haber ganado las elecciones, como que Sánchez se presente como ganador del 23-J habiendo obtenido 16 escaños menos que su rival.
Pero más peligroso, para él y para España, es el universo paralelo en el que Sánchez se ha instalado al considerar que podrá seguir al frente del Ejecutivo "cuatro años más" sin problemas.
Lo cierto es que en el caso de que Sánchez resultase investido, tendría que afrontar una serie de obstáculos casi insalvables que hacen impensable una legislatura completa. Entre ellos, el obstruccionismo del PP.
Este periódico informa hoy de que, si el PSOE insiste en "convertir en minoría a la mitad de los españoles", los populares cortarán todo el oxígeno al PSOE y no respaldarán ninguna iniciativa del Gobierno en el Congreso. Con sus 137 escaños, podrían desgastar día tras día a Sánchez.
Pero es que además tiene mayoría absoluta en el Senado, y puede vetar, por ejemplo, cualquier reforma del Estatut de Cataluña que el PSOE pudiera pactar para satisfacer a sus socios independentistas. Feijóo tendría capacidad de frustrar, en último término, cualquier acuerdo de investidura entre Sánchez y Carles Puigdemont que pasase por desbordar las competencias de la Generalitat.
Así las cosas, se da la paradoja de que Sánchez tiene más fácil la investidura, mientras que Feijóo tendría más fácil la gobernabilidad. Por eso, la única opción viable sería que el PSOE llegara a acuerdos con el PP. Pero el líder socialista no ha querido ni siquiera reunirse para discutir esta posibilidad.
En definitiva, la falta de realismo de Sánchez le impide tomar en cuenta que lo máximo a lo que puede aspirar es a una amalgama invertebrada de intereses diferentes o incluso contrapuestos. El único vínculo que emparenta a la sopa de siglas a la que el presidente fía su reelección es la coincidencia en detestar todavía más a los otros. Una ligazón de naturaleza puramente negativa, que nunca podrá fraguar en una conciliación de voluntades.
Resulta irónico que Sánchez, después de tanto denunciar el "negacionismo" de la ultraderecha en materia de violencia de género o de cambio climático, esté instalado en uno análogo sobre el resultado electoral. La realidad es que su pseudo "mayoría social" podría garantizarle una investidura, pero nunca la gobernabilidad.