Finalmente, los peores pronósticos de la DANA, que alertaron del riesgo de tormentas extremas y precipitaciones torrenciales para este domingo, no se han cumplido en gran parte de la Comunidad de Madrid. A las siete de la tarde, la Agencia Estatal de Meteorología revisó sus previsiones y levantó la alerta roja para la sierra madrileña y la zona metropolitana, dejándola en un aviso naranja.

Es verdad que el temporal sí se ha cebado en zonas del litoral levantino y el centro peninsular, provocando cortes y accidentes en algunas carreteras y dejando imágenes de riadas, inundaciones, coches atrapados y rescates en distintos puntos de España, así como la suspensión del servicio ferroviario en el Corredor Mediterráneo. Y hay que lamentar un fallecido en Casarrubios del Monte (Toledo).

Pero en Madrid sólo se registraron durante el domingo incidencias menores, con el cierre de un puñado de estaciones de Metro por acumulación de agua, algunas balsas de agua en la calzada e intervenciones puntuales de los bomberos. Y unas cifras de litro por metro cuadrado mucho menores de las vaticinadas. Lo que obliga a cuestionarse si el intenso y excepcional dispositivo de seguridad desplegado por las autoridades municipales y regionales no ha estado afectado por una cierta sobrerreacción.

Porque aunque las precipitaciones fueron especialmente fuertes entre las 14:00 y las 17:00 horas y en la zona sur, a partir de esta hora prácticamente dejó de llover durante el resto de la tarde. Y a la vista de que la crisis climatológica ha quedado lejos de ser histórica, se antojan algo desmedidas decisiones como el aplazamiento del partido de Liga entre el Atlético de Madrid y el Sevilla, cuando en los minutos previos a la hora del encuentro no caía ni una sola gota. Y lo mismo cabe decir del cierre de las instalaciones municipales, los parques y los túneles de la capital.

Ha sido ya en la madrugada del lunes cuando la tormenta se ha intensificado, provocando complicaciones sobre todo en el suroeste de la Comunidad. Como en Aldea del Fresno, donde un padre y su hijo permanecen desaparecidos tras caer su coche al río Alberche.

Y es de justicia reconocer que, también en la capital, esta mañana la tromba ha causado numerosos problemas en el tráfico, con cortes en varios tramos de la línea de Metro y Renfe y fuertes retenciones en las carreteras de acceso a Madrid.

Todo esto no es óbice para preguntarse si no se ha generado un clima de intranquilidad desmedido entre la población. A ello contribuyeron las palabras de José Luis Martínez Almeida, que instó a los ciudadanos a permanecer en sus domicilios "salvo que sea imprescindible hacer un desplazamiento" para "garantizar la seguridad". Y, sobre todo, los avisos masivos de "riesgo extremo" enviados por la Red de Alerta Nacional a todos los dispositivos móviles del término regional madrileño.

Cabe decir que este nuevo sistema de notificaciones empleado por primera vez (y que no estaba incluido en ningún plan de actuación del Gobierno madrileño) ha podido propiciar inconvenientes para la salud pública equiparables a los de la propia DANA. Según han detallado a este diario fuentes policiales, la Policía comenzó a recibir numerosas llamadas de ciudadanos alertando de ataques de ansiedad por la alerta de Protección Civil y por el miedo a las inundaciones.

Es cierto que las previsiones meteorológicas son sólo estimaciones, y que pueden fallar. Y es perfectamente razonable que si se prevén circunstancias anómalas, los poderes públicos extremen las medidas de precaución y que provean a la ciudadanía de información actualizada. Y más en el caso de Madrid, donde era la primera vez que se daba una alerta roja por lluvias.

Pero los protocolos de alerta deben guardar proporcionalidad con la magnitud de la emergencia. De lo contrario, y como en la vieja fábula de Esopo en la que el pastor avisaba en falso de la llegada del lobo, se corre el riesgo de generar desconfianza hacia las indicaciones de los poderes públicos.

Normalizar el estado de excepcionalidad para fenómenos que no revisten una gravedad acorde puede acabar desarrollando entre la ciudadanía una inmunidad frente a los avisos que les resten crédito, y por tanto eficacia, cuando sí sean realmente necesarios.

No se puede culpar a las autoridades madrileñas por haber querido evitar otro caos como el desatado por la ventisca Filomena en 2021. Pero sí de haber pecado de alarmistas al menos en la capital, sobredimensionado la posibilidad de que un colapso parecido pudiera repetirse y excediéndose en su celo.