Esta semana, los ucranianos han combinado las dos efemérides más trágicas de su siglo XXI. El 20 de febrero se cumplieron diez años del asalto de las tropas de Vladímir Putin a la península de Crimea para anexionarla a su país. El 24 de febrero, por su parte, se cumplieron dos años del siguiente paso del Kremlin. Putin ordenó la invasión a gran escala del resto del país, con peores resultados de los previstos.
Lo que el tirano ruso esperó que fuese una operación rápida que condujese al colapso de la joven democracia ucraniana, con la detención o la huida incluida del presidente Zelenski, se ha convertido en una guerra global y de desgaste con pocos movimientos en el frente desde hace meses.
Ucrania ha conseguido resistir, hasta la fecha, por el sacrificio de sus ciudadanos, el coraje de sus dirigentes y el envío de fondos y armamento desde Estados Unidos y las principales potencias de la Unión Europea.
Pero, en el último año, Occidente ha comenzado a fallar con su parte del trato. Y conviene recordar este punto tantas veces como sea necesario. Ucrania no sólo combate una guerra existencial para su nación. Ucrania es el cortafuegos de un imperialismo ruso que, si triunfa con el uso de la fuerza en su país vecino, avanzará hacia su principal objetivo: acabar con el actual orden de seguridad europeo.
Putin ha sufrido grandes derrotas desde 2022. Nueve de cada diez soldados de los que disponía al comienzo de la invasión han muerto; es decir, más de 300.000 rusos. Además, la OTAN ha incorporado a Finlandia y Suecia, este último a falta de la ratificación húngara. Alemania, Francia y el resto de potencias europeas están disparando sus gastos militares. Rusia es cada día más dependiente económica y tecnológicamente de China, tras arruinar sus lazos con Occidente, y vivió un conato de golpe de Estado que trasladó un mensaje de vulnerabilidad del régimen.
Estados Unidos y la Unión Europea tenían en su mano intensificar el apoyo a los ucranianos y acelerar el camino de la resistencia hacia la victoria. Pero la irresponsabilidad de los aliados está dando motivos para la esperanza a Putin.
La economía de guerra establecida en Rusia y las armas suministradas por Corea del Norte e Irán, pese a ser países mucho menos desarrollados que los aliados de Ucrania, están ahondando últimamente en la superioridad militar de las fuerzas invasoras. Especialmente por el indefendible bloqueo republicano en Estados Unidos a los nuevos paquetes de ayuda para Ucrania y el lento e insuficiente envío de material desde las capitales europeas. Estos factores, sumados al posible regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025, hacen que Putin se vea con opciones de triunfo en una guerra de desgaste.
Así que los europeos tenemos que estar a la altura de la amenaza, porque el tiempo se agota para Ucrania y sólo hay dos opciones entre las que elegir. Asegurar la victoria de la resistencia y garantizar la protección de nuestro modo de vida durante lustros. O arriesgarse a que caiga Ucrania y estar dos años más cerca de una guerra contra Putin.