Las elecciones de este domingo han consumado el viraje a la derecha de Europa. Y aunque el centroderecha del Partido Popular Europeo (ganador de las últimas cinco elecciones) ha sido el gran triunfador del 9-J, tras pasar de 176 a 191 escaños, el aspecto más destacado de estos comicios ha sido el gran crecimiento de la extrema derecha.

Según las estimaciones difundidas por el Parlamento Europeo, el grupo ERC en el que está integrada Giorgia Meloni ha experimentado un leve aumento desde los 69 eurodiputados de 2019 a los 71 de 2024. Más ha crecido Identidad y Democracia, la agrupación en la que se incluyen los de Marine Le Pen, pasando de 49 a 57 escaños. La mayor caída la han sufrido los Verdes (de 74 a 53) y los centristas de Renew (de 108 a 83). Precisamente, las dos fuerzas que más crecieron en las últimas elecciones europeas, lo cual da cuenta de la radicalización del mapa político continental.

Los socialistas de S&D se han quedado con la segunda posición, después de haber perdido cuatro escaños y colocarse en los 135. Aunque, de facto, la derecha radical es ya el segundo grupo de la UE, pues por primera vez la suma de estos partidos (contando también a los 10 no inscritos ni en ECR ni en ID de Viktor Orbán) es mayor que la de los socialdemócratas.

Se prolonga así el declive de la socialdemocracia europea de los últimos años, que ha obtenido este domingo su peor resultado histórico. El SPD ha quedado relegado a la tercera posición en Alemania con un pobre 14% de los votos. Con el ocaso del canciller Olaf Scholz, Pedro Sánchez, que ha reunido el 30% de los votos, pasa a convertirse en el principal gobernante socialista de Europa.

De hecho, y aunque el PP ha ganado las elecciones por cuatro puntos de ventaja al PSOE, España se mantiene como la principal excepción en esta marea ultraderechista que anega Europa. De los siete grandes países de la UE, el nuestro es el que cuenta con el menor porcentaje de voto ultra. El freno que ha opuesto el PP lo ha convertido en el primer partido de centroderecha de Europa Occidental, con un 34,2% de los votos que supera al 29% de la CDU, ganador de las elecciones en Alemania.

El panorama en el resto de países comunitarios resulta bastante más inquietante. Después de este 9-J, más de la mitad de la población de la UE vive en países en los que la ultraderecha es la primera o segunda fuerza en el ámbito europeo.

La extrema derecha de Reagrupamiento Nacional ha ganado por primera vez las elecciones en Francia con el 32% de los votos, doblando el porcentaje del candidato de Emmanuel Macron, lo cual ha empujado al presidente francés a convocar elecciones.

También ha ganado las europeas la extrema derecha en Austria, donde el Partido de la Libertad ha sacado el 27% de los votos; en Hungría, donde Orbán ha vuelto a arrasar con el 44% de los votos; y en Italia, donde Meloni ha cosechado el 36% de las papeletas.

En Alemania, la ultraderecha de AfD, que ha mejorado del 11 al 16,5%, ha quedado en segundo lugar. Los radicales también han obtenido el segundo puesto en Países Bajos, donde el partido de Geert Wilders ha sacado el 17.7% de los votos, y en Polonia.

Aunque la gran coalición entre populares, socialistas y liberales que ha gobernado la UE la pasada legislatura haya logrado retener la mayoría absoluta en la Eurocámara, facilitando así la próxima reelección de Ursula von der Leyen, sería ingenuo pensar que la derechización del electorado europeo no va a dejarse sentir en la gobernanza de la UE.

El auge de los radicales de ECR e ID previsiblemente complicará la aprobación de normativas en materia de política verde, y amenazan con condicionar la orientación de la política exterior y de defensa y de la política migratoria.

Por eso, y teniendo en cuenta que sobrevuela la amenaza de la unificación de los distintos grupos radicales en una sola fuerza de extrema derecha paneuropea, es imperativo que el PPE, S&D y Renew reediten y estrechen su alianza para garantizar que el continente avance hacia el fortalecimiento de una soberanía europea en lugar de disgregarse y debilitarse en la reivindicación de una miríada de soberanías nacionales.