En menos de un mes, Europa ha tenido que lamentar dos hitos luctuosos. La ultraderecha ganó por primera vez unas elecciones en Alemania desde los tiempos del nazismo, cuando Alternativa por Alemania (AfD) se hizo con el primer puesto en los comicios regionales de Turingia. Este domingo ha sido Austria donde la extrema derecha ha ganado unas elecciones generales por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

Según los sondeos, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), que también venció en las elecciones europeas de junio, ha obtenido el primer puesto en las legislativas federales con el 29% de los votos.

Es cierto que la extrema derecha tiene en Austria una trayectoria de homologación institucional mucho más dilatada que en el resto de Europa. Ha gobernado el país en coalición con los democristianos del Partido Popular Austriaco (ÖVP), segundos en estos comicios con el 26% de los votos, en dos ocasiones. Lo cual invita a sospechar que el centroderecha podría estar dispuesto a facilitar el gobierno del FPÖ, siempre y cuando apee de su dirección al controvertido Herbert Kickl. Quedaría así inoperante, al contrario que en Alemania o en Francia, el cortafuegos democrático al que se han comprometido el resto de partidos.

Pero aunque el FPÖ lleva cosechando buenos resultados en Austria desde hace al menos dos décadas, nunca hasta hoy había alcanzado este porcentaje de voto ni ganado unas elecciones generales. Lo cual habla del fantasma del extremismo que recorre Europa.

Con el ascenso de otro partido euroescéptico y prorruso (bajo el subterfugio de la "neutralidad" y el "pacifismo"), se ensancha el bloque reaccionario liderado por el húngaro Viktor Orbán. Es una pésima noticia que estén triunfando las opciones nativistas y aislacionistas en un mundo necesitado del robustecimiento de la multilateralidad para afrontar colectivamente las acometidas del eje autocrático contra el orden internacional.

Asistimos al desmoronamiento de los consensos de la posguerra europea que auspiciaron un periodo de prosperidad y estabilidad inédito, entre los cuales se contaba la exclusión del radicalismo de la gobernanza de los países. Los cambios tectónicos en la cultura política son tan marcados que incluso dos naciones traumadas por el horror del nacionalismo parecen dispuestas a volver a entregarse a él.

Lo que todas las fuerzas de ultraderecha al alza tienen en común es que se alimentan de las tensiones que genera la inmigración irregular para convertir a los extranjeros en los chivos expiatorios de los problemas de sus países. En Austria, el país europeo con más demandantes de asilo en proporción a su población, la inmigración se ha convertido en la principal preocupación de sus ciudadanos.

El problema es por tanto real. Y si los partidos moderados europeos no se hacen cargo responsable pero firmemente de la cuestión migratoria, promoviendo unos flujos ordenados y favoreciendo la integración de los asilados, serán avasallados por los extremistas, que llenarán ese vacío con discursos incendiarios y maximalistas.

También puede sacarse una lectura en clave española del despunte de la ultraderecha en Europa. Incluso aunque nuestro país aún permanezca a salvo de esta marea reaccionaria: el PP fue, de entre los cuatro grandes países de la UE, el partido que más porcentaje de voto recabó en las elecciones europeas. Y la ultraderecha no pasa en España del entorno del 10%, mientras que en muchos países europeos ya reúnen casi un tercio de los electores (lo cual echa también por tierra el discurso de la amenaza ultra del PSOE).

Por eso, si quiere seguir siendo el partido hegemónico, el PP debe tomar nota del caso de nuestros vecinos, que demuestra que el centroderecha y la extrema derecha son vasos comunicantes. Los populistas crecen a costa de los conservadores tradicionales, cuando estos no resisten su marcaje.

La única forma en la que los liberales pueden evitar verse superados por los extremistas es negándose en redondo a colaborar con ellos. Cuando llegue el momento de las elecciones, el PP habrá de recordar esta evidencia y trasladar claramente el mensaje de que no gobernarán junto a Vox.