Ejercer de "muro frente a la ultraderecha" ha constituido la principal justificación de Pedro Sánchez para su antinatural política de alianzas con una constelación de fuerzas nacionalistas, populistas y extremistas.
Es evidente que este discurso legitimador no pasaba de un intento por disfrazar el flagrante tacticismo con el que el presidente ha perseguido su interés personal en cada momento. Pero que haya llegado hasta el punto de negociar con Giorgia Meloni y Viktor Orbán ofrece la constatación definitiva de que Sánchez no se rige por principios morales ni políticos, sino por el más desnudo oportunismo.
La maniobra de Sánchez es la fórmula que ha encontrado el Gobierno para intentar salvar el nombramiento de Teresa Ribera como vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea, ante la evidencia de que el PP está dispuesto a llevar hasta el final su veto a la ministra.
La vía para sortear el bloqueo del PPE a Ribera consistiría en que la familia socialista europea recabara el apoyo de ECR y Patriotas a su candidata, a cambio de que los socialistas levantasen el veto al candidato a vicepresidente económico italiano, Raffaele Fitto, y al designado como comisario de Vecindad húngaro, Olivér Várhelyi. Dos candidatos pertenecientes a la familia ultraderechista que hasta hoy los socialistas se resistían a votar.
De modo que el PSOE está en conversaciones con el ECR de Meloni, a quien incluyó entre los "fascistas con los que quiere pactar Feijóo en la UE" en la campaña de las municipales. ¿Acaso el "cordón sanitario" contra la extrema derecha no se aplica más allá de nuestras fronteras?
Y lo más hilarante de todo es que Sánchez se dispone a pactar con los Patriotas de Orbán, el grupo ultra de la Eurocámara ahora presidido por Santiago Abascal. Es decir, que en la práctica el PSOE estaría pactando en Europa con Vox, algo que en España los socialistas y sus socios consideran una línea roja.
¿Qué credibilidad tendrá a partir de ahora la épica socialista del "no pasarán"? Ya no suena a hipérbole aventurar que Sánchez estaría dispuesto a pactar con Abascal si con ello logra retener la presidencia del Gobierno.
El presidente nunca se ha destacado por la robustez de sus convicciones. Pero que entre "frenar a la internacional ultraderechista" (como prometió en la campaña de las elecciones europeas) y asegurar su beneficio político y personal haya priorizado lo segundo, desarma irremediablemente la viga maestra de su argumentario.