Echegaray es una de esas calles que andan por Madrid, del callejón en el ángulo oscuro, como Moyano en la cuesta de los libros. O sea, un señor olvidado sin remisión, con toda su faz de lacerado pergamino y sus quevedos adheridos al afilado hueso de la nariz.
Algún alma de cántaro todavía le recordará, y los malagueños, todos a una Fuenteovejuna, algo sospechamos, porque tenemos un teatro con su nombre en el centro de la ciudad. Así que conste en acta: han pasado cien años de su muerte, y José Echegaray fue el primer español en ganar el Nobel de Literatura. ¡No jodas! Sí jodo. Pero sin faltar, porque es comprensible.
Echegaray es un apellido que suena a escritor cool de estética hípster, con su bigote atusado y su perilla estirada, si bien su teatro es una de esas cosas atildadas y melodramáticas que han envejecido fatal. Y, entonces, el Nobel, ¿qué? Pues la cuadratura del círculo.
A Echegaray le dieron el Nobel en 1904, pero a medias con un francés, como si el jurado no lo hubiera tenido claro
Lo del Nobel siempre ha tenido su puntito de patio de vecinos: que si a Borges no se lo dieron, que si qué había hecho Obama para ser la paloma negra de la paz, que si Marie Curie tuvo que inmolarse con rayos-X para ganarlo, y así desde el primer año, en 1901. A Echegaray le dieron el de Literatura en 1904, pero… ¡a medias con un francés, Frédéric Mistral! ¿Habráse visto, compadre? ¡A pachas!, como si el jurado no lo hubiera tenido claro.
Tal vez fuera por aquel argumento de siempre: que tocaba dárselo a alguien de tal o cual región, para que no se dijera, y fueron a dar con España… Pero con Francia también, por si acaso, que no había necesidad de hacerse los machos, apostándolo todo al negro, porque vaya panorama de España en la tardo-Restauración, venga pucherazo y venga caciquismo.
Claro que tampoco les salió el ademán de apostar por el rojo. Y era esto de lo que se quejaron los del 98, por entonces jóvenes y radicales: que en España quien se merecía el Nobel-Lit era Galdós, cráneo privilegiado. Pero don Benito era un revolucionario, un masón como poco, un comunista en potencia, un matacuras a piñón fijo. En 1901, Galdós había estrenado Electra, una obra contra la Iglesia, contra las órdenes religiosas, que fue un exitazo. Pero aquello era el follón y el copón, y Galdós se tuvo que quedar arramblado con su ceguera canaria.
Para Menéndez Pelayo, su estilo era “convulsivo y epiléptico” y sus dramas estaban “desbaratadamente escritos”
En cambio, Echegaray era un señor como Dios manda. Por eso se llevaba el premio, no os dejéis engañar, compañeros y compañeras, porque era la casta, porque era el exministro de Hacienda, el abanderado del librecambio, y los mercados le recompensaban con el Nobel por rendir pleitesía al régimen corrupto y explotador.
Además, las obras de Echegaray eran un refrito y un batiburrillo. Eran el dramón lacrimógeno y la carcajada gañana. Eran la venganza y el don Mendo y el honor y la honra. Eran neo-románticas y neo-neo-barrocas eran. Eran el marrullero, con su pseudo-realismo y su determinismo. E incluso eran la moralina, a lo sí de las niñas.
Para Menéndez Pelayo, ese elefante reaccionario de la crítica literaria, su estilo era “convulsivo y epiléptico”, y sus dramas estaban “desbaratadamente escritos” y “pedregosamente versificados”. Ahí es nada… Pero es que, telita: la mejor obra de Echegaray es El gran galeoto. ¡Voto a tal!: ¿qué clase de título es ese?
A pesar de las críticas se ganó al público, que lo ovacionaba, y Galdós aplaudió la renovación que trajo al teatro
A pesar de todo, esta fórmula batiburrilla tenía su mérito. El público se desgañitaba para ovacionarle, en mitad de las funciones, a grito de “¡Pepeee!”, cual Penélope Cruz de la época. Vamos, que Echegaray lo petaba. Y lo logró con un giro nuevo, o, al menos, neoantiguo, y hasta hay quien habla de prevanguardista. Incluso Galdós, antes del pifostio del Nobel, aplaudió a Echegaray por la renovación que trajo al teatro. ¡Cosas de la vida! Al final, los dos fueron homenajeados del mismo modo en España: con sus caras estampadas en un billete de mil pesetas cada uno.
Claro que lo de Echegaray fue más que nada porque fue él quien le otorgó al Banco de España su estructura moderna, para emitir billetes y regular la banca de los desmanes. Y es que Pepito fue un masca de la política y un progre de la época. Pero ¿no quedamos en que era un facha, antes de Hitler? Pues lo que yo decía: la circulez del recuadro.
De joven, fue revolucionario de la Gloriosa aquella y de la República primera. Y le dio por atacar (¡como Galdós, vive Dios!) las bondades santísimas de los braseros inquisitoriales y de los autos de fe, porque España era un hoyo retrasado, sin progreso ni educación. Así que invirtió en acciones de la Institución Libre de Enseñanza y se emperró en que era preciso estudiar/enseñar un poquito más de ciencia. Y ahí está el tema: que él era catedrático de Física matemática y que lo del teatro lo hacía… ¡por ganar dinero!
Digamos que Echegaray fue una especie de ilustrado enciclopedista que hizo lo que pudo para darnos brillo y esplendor
¡Qué tío! Yo acabo de estrenar una obra y no hago más que perderle dinero. Y él se quejaba de que, si hubiera sido rico, habría mandado a los críticos literarios a freír espárragos cojonudos, y no “más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas”. Él lo que quería era darle lustre a España con betún científico, pero eso no daba dinero. Rebotado de tanta incultura, se puso a empollarse logaritmos neperianos (o lo que fuera) en francés (porque no estaban traducidos), e introdujo en España los teoremas Sobre la imposibilidad de la cuadratura del círculo (1886).
Con lo que el cuadro de Echegaray ya no lo entiende ni el tato y hasta parece un triángulo. Tal vez la Academia sueca tendría que haberle dado el Nobel de Cualquierotracosa. Pero no. Echegaray no era un genio del tipo: me cae una manzana y, ¡eureka!, se desborda el agua y esto es el volumen. Fue más bien el típico coquito empollón o empollón coquito, que lo mismo te descuadraba el círculo como te cuadraba un drama sin sentido. O que te hacía unas reformas políticas para desempolvar la alfombra del salón nacional.
Digamos que Echegaray fue una especie de ilustrado enciclopedista y afrancesado, que hizo lo que pudo para darnos brillo y esplendor, con un poquito de teatro, mal que bien, y con un poquito de ciencia y un poquito de política. No parece gran cosa. Pero, bien mirado, es algo muy digno… Ya quisieran los cuatro fantásticos que nos gobiernan hoy, que, por no saber, no saben ni hacer el paripé.
*** Guillermo Laín Corona es profesor de Literatura Española en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.