Sí. Definitivamente, la sentencia del juicio por el caso Nóos podría pasar a la historia como la de la sobrasada. No sólo porque haya salido cocinada desde la tierra de este exquisito embutido, las Islas Baleares. No ya porque el elemento principal de la sobrasada sea el cerdo, cuyo comportamiento, como rey del lodazal, guarda tantas afinidades con la actuación de los corruptos en su mundo de suciedad. No ya porque los 742 folios elaborados por el tribunal de la Audiencia Provincial de Baleares hayan sido condimentados adecuadamente con sal, pimienta negra y pimentón, para dar buen sabor y colorido al preparado del embutido: en este caso, el “debo condenar y condeno”.
Más allá de todo lo anterior, la sentencia del caso Nóos es la de la sobrasada perfecta porque lo difícil, para conseguir un unte exquisito, es dejar madurar el preparado el tiempo necesario. Y así ha sucedido en la dilatada emisión, en el tiempo, de un fallo previsto primero para octubre de 2016, luego para noviembre, mes de los difuntos, luego para diciembre, con las uvas, hasta llegar a este febrero.
Por si todo lo anteriormente descrito no fuera suficiente, en esta analogía entre la sobrasada y la referida sentencia, este jueves, 23-F, se produjo la sorpresa final: Iñaki Urdangarin ha quedado en libertad sin fianza y sin retirarle el pasaporte, con lo cual durante los próximos meses, quizás años, podrá seguir viviendo en su jaula de oro de Ginebra, subiendo y bajando cuestas en su bici de 12.000 euros. ¿Sorpresa? No del todo. La palabra sobrasada viene de sopressa, en italiano, carne picada. Hechos picadillo ha dejado a muchos.
Cuando algo resulta difícil de entender se dice que hay que aplicar la navaja de Ockham. Este monje medieval escocés concluyó que en igualdad de condiciones, cuando existen numerosas variables para colegir la respuesta acertada, la explicación sencilla suele ser la más probable. ¿Cómo se explica que si uno roba unos cuantos jamones, por capricho o necesidad, acabe en la cárcel de manera inmediata y no suceda así al ladrón que ha hurtado más de seis millones de euros, obtenidos de la estafa a diferentes administraciones públicas? ¿Será porque la Justicia no es igual para todos?
En la sentencia del caso Nóos es necesario aplicar, insisto, el principio de la navaja de Ockham, más aún si quien escribe, como yo, el Derecho forma parte de sus inmensas lagunas de desconocimiento. Supongamos que es justo que la infanta Cristina haya sido exonerada completamente –por tonta, por no enterarse la pobre de nada, ni de las cuentas de su casa- y que su marido, el inefable Iñaki, haya sido condenado a sólo seis años y tres meses de cárcel, un tercio de la pena solicitada por el ministerio fiscal. De acuerdo.
Pero digerir que se le mantenga el pasaporte y pueda viajar por el mundo como si nada es como tragarse una catalina, que es como se llama a la rueda de molino de una tonelada que tritura el trigo y lo convierte en harina. El detalle del pasaporte no es baladí. Tiene trascendencia de Estado. Porque en la práctica supone que Iñaki Urdangarin y su esposa, la infanta Cristina, podrán vivir lejos de España y de su cuñado y hermano, el rey Felipe VI. Hemos pasado del “así se las ponían a Fernando VII” –en la mesa de billar, porque no le gustaba perder-, a “así se las ponen a Felipe VI” con esta carambola judicial.
¿Se imaginan el desgaste que para la monarquía sería ver en los telediarios y en los periódicos, una semana sí y otra también, de Urdangarin en bici por Vitoria o de la infanta entrando y saliendo de su trabajo en Barcelona, o en un puesto creado ad hoc en la capital vasca? ¡Que se hielen en Ginebra!
La esperada sentencia del caso Nóos se ha quedado, por el momento, en una condena al ostracismo: el destierro al que los griegos enviaban a tiranos y corruptos desde los tiempos de Clístenes, 500 años antes de Jesucristo. Curiosamente, el expediente vital de Urdangarin está a mitad de camino entre el primer condenado al ostracismo, Hiparco, “un fantoche”, según Tucídides, y el último, Hipérbolo, un nuevo rico: éste vendía lámparas que funcionaban mal mientras a Iñaki le pagaban por congresos vacíos.
La sentencia de la sobrasada del caso Nóos ha tenido, en mi modesta opinión, un claro perdedor: la imagen de la Justicia, con su finalidad ejemplarizante. Se ha mostrado de nuevo que ni todos somos iguales para Hacienda ni tampoco para la ley. Un perdedor y varios ganadores. En esta noche de los Oscar, el premio a los actores principales se lo han llevado Cristina e Iñaki, con Diego Torres y su esposa como inesperados beneficiarios por el efecto simpatía: no podían salir peor parados que su ex socios y ex amigos.
En la entrega de galardones, más importante aún son los actores secundarios ganadores del Oscar. El primero, por todo lo que se jugaba, ha sido para Felipe VI: su hermana libre, su cuñado condenado, pero no mucho, y ambos lejos. ¿Se han dado cuenta del arte con que el rey ha recibido la sentencia? El día que se conoció, el 17 de febrero, inauguraba una exposición húngara en el Museo Thyssen. Este jueves, cuando se anunciaban las (no) medidas cautelares, los reyes abrían oficialmente Arco 2017. Para arte, el suyo.
Pero los dos actores secundarios absolutamente merecedores del premio a la mejor actuación no son ni Felipe VI ni Letizia, especialmente sonrientes y cariñosos en Arco. Si hubiera justicia, deberían habérselo llevado Juan Carlos I, en cuyo nombre se cometió el puro y burdo tráfico de influencias operado desde el Instituto Nóos, y Miquel Roca, abogado de la infanta Cristina, cuya inteligencia, conocimiento del Derecho, prestigio y capacidad de influencia han sido cruciales en episodios tan dispares como la elaboración de la Constitución o la exoneración de Jordi Pujol en el caso de la Banca Catalana. Y, ahora, en la resolución del caso Nóos.
Los maestros en la elaboración de la sobrasada aconsejan rebajar su sabor. Demasiado intensa puede resultar desagradable. Es lo que se hizo el jueves al conocerse las (no) medidas cautelares. ¡Qué coincidencia! Unas horas después se daba a conocer otra sentencia muy esperada: la de las tarjetas 'black' de Bankia. Un clavo saca otro clavo, un escándalo tapa otro. Un 23-F tenía que ser. El principio de Solón, “sin método, orden, voluntad, esfuerzo y sacrificio, no son posibles ni el genio ni el triunfo”, aquí no vale. Porque vivimos en el reino de las casualidades.